HORMIGA NEGRA, (Guillermo Hoyo),
EL ÚLTIMO DE LOS GAUCHOS MATREROS
Guillermo Hoyo, el nombre que figura en su acta de bautismo, nació en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos a mediados de 1837., fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, figura común de la época que frecuentaba un antiguo y famoso boliche de campo, "La Bola de Oro". Su vida se construyó en torno de historias y mitos que lo transformaron en casi una leyenda de estos pagos. La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas. Su sobrenombre de Hormiga Negra lo habría heredado de su padre, apodado del mismo modo, quien ante la temeridad y arrojo de su hijo habría afirmado: "A este le permitiré que lleve mi apodo porque es digno de hacerlo y ahora sabrán las policías lo que somos los arroyeros".
El tremendo criollo, terror de policías, vivió sus últimos días sumido en la confusión de ser famoso: Eduardo Gutiérrez lo inmortalizó en su folletín y Caras y Caretas le dedicó varios artículos.
Nacido en 1837, hijo de Leonardo Hoyos y Rosa Sejas, "Hormiga Negra" fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, Su apodo fue heredado de su padre, quien era de baja estatura y rubio pero que "cuando sacaba el facón", lo hacía "picar pior que hormiga". Gutiérrez, en su obra lo retrata de la siguiente manera: “es un ser pequeño, delgado, de nariz aguda y de mirada más aguda aún".
La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas bonaerenses en 23 capítulos, a modo casi biográfico. El libro comienza presentando al personaje principal cumpliendo su condena en la cárcel y se desarrolla en torno a la vida del mismo, con aventuras que tocan de cerca episodios de la historia argentina, convirtiéndose en un relato prácticamente de tintes históricos.
A lo largo de su vida lo acusaron de varios crímenes, muchos de los cuales no mostraron evidencias suficientes para inculparlo: el asesinato de Santiago Andino en Santa Fe, la muerte en riña de Pedro José Rodríguez, quien habría fallecido por tres heridas recibidas, hecho por el que Hormiga Negra pasaría casi diez años de su vida prófugo, el supuesto degollamiento de un niño para robarle los quesos que éste llevaba; el crimen de Lina Paenza de Marzo, ocurrido el 14 de septiembre de 1902, por el cual purgó una condena de 6 años, cumpliendo efectivamente cuatro, en la Penitenciaria Nacional.
Hormiga Negra pagó por un delito que no cometió. Fue la mujer de Martín Díaz, el verdadero asesino de Paenza de Marzo, quien años más tarde terminaría develando el misterio; luego de una disputa familiar la mujer se presentó a la Justicia e hizo entrega de las joyas de la víctima. Cuenta la leyenda que Díaz se habría encontrado con Hoyo y arrepentido, le espetó: "Perdón don Hormiga", a lo que solo habría recibido como respuesta una sonrisa.
La mitología popular y los cronistas de la época, prefirieron endilgarle fama de gaucho malo, pero su coraje quedó evidenciado cuando, como soldado, combatió en las batallas de Cepeda y Pavón, en el arma de artillería. Trabajó como peón y resero. En 1859 se casó con Juana de los Dolores Acuña.
La historia personal de Hoyo parecía ir a contramano de su leyenda. Por un lado, un hombre apreciado al que algunos consideraban un romántico que daba en ayudar a los desvalidos. Por el otro, un hombre que causaba espanto y tenía aterrorizada a toda una región, ante la sola mención de su nombre, arrastrando un presagio de muerte. El supuesto degollamiento del niño sería solo un entremezclado con la mitología gaucha. Un crimen similar se le adjudicó a Juan Moreira, otro gaucho "malo" famoso.
Es evidente que Hormiga Negra, de puño y letra, construyó su propia leyenda, quizá en el afán de ganarse un sitio en una época y en un lugar social en donde el ser hombre se reforzaba con el cuchillo, la bebida y la pendencia, pero también es evidente que muchas de las historias que se le adjudicaron fueron parte del imaginario colectivo.
También se cuenta que una tarde, ya viejo, Hoyo se enteró de que el circo de los hermanos Podestá llegaba a San Nicolás, dispuesto a representar la obra que contaba su leyenda.
En vísperas de la función, se apersonó a la carpa. "Andan diciendo que uno de ustedes va a salir el domingo delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra. Les prevengo -dijo con gesto indignado- que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo y todos me conocen".
No hubo modo de que los Podestá lo hicieran entrar en razones. Hablaron de homenajes, mandaron a buscar ginebra para atemperar los ánimos, pero el anciano pobre, vestido con pulcritud, se mantuvo firme y exigió respeto.
A quien saliera a decir que era Hormiga Negra lo atropellaría el mismo con su sola presencia. El domingo el circo representó una obra. El cartel rezaba en letras grandes: "Juan Moreira".
Hoyos murió en la ciudad en que había nacido, el 1 de enero de 1918. Tenía 81 años.
No es lo mismo matar a un hombre de verdad, en carne y sangre, que matarlo en el papel de las novelas y los poemas. Lo dijo, a sabiendas, ese gaucho viejo –sabedor de las cosas amargas de la vida- en que se había convertido Guillermo Hoyo, el Hormiga Negra de San Nicolás de los Arroyos, cuya fama había trascendido las pulperías con el folletín biográfico Hormiga Negra, que el febril Eduardo Gutiérrez publicó en el diario La Patria Argentina en 1881 –y que se terminó convirtiendo en una de las mayores entre las treinta y un obras que escribió aquel en sólo diez años.
“Ya sabemos lo que son novelas y lo que son cuentos…”, le dijo el gaucho a un reporter de Caras y Caretas que lo fue a visitar en 1912 (y que publicó la entrevista en la edición del 24 de agosto). Para entonces, Hormiga Negra ya había purgado varios años a la sombra y otros tantos a la luz prófuga de las estrellas desviadas de la ley, y llevaba en sus manos la sangre de varias víctimas: el peón Santiago Andino, el malandrín Pedro Soria, el gaucho Pedro José Rodríguez, la vieja Lina Penza de Marzo, varios soldados patrios enviados tras él, un niño al que había degollado para quitarle unos quesos y el músico ambulante Mariano Rivero (a quien le había robado su acordeón, dejándolo herido con un disparo de trabuco en el pecho)… No en vano los diarios lo señalaron una y cien veces como el último gaucho malo. Y si muchos de esos crímenes no habían sido obra propia, no importaba: su mito, aun en vida, era más grande que su verdad.
Pero vale decir que de Hormiga Negra, o Guillermo Hoyo, se sabe mucho. A diferencia de Juan Moreira, de Antonio Mamerto Gil, de Juan Cuello, del Gato Moro, de Calandria, de Pastor Luna y de los hermanos Barrientos, este gaucho matrero es un hombre de los tiempos modernos; el último de una dinastía brava y feroz que hizo del coraje su religión y del duelo un modo del honor. Pero también, que se habituó al desorden y se entregó a “la vida bárbara de las pulperías, vida que no es más que una serie de trancas que no se interrumpe nunca, amenizada por un par de homicidios al mes”, según anotó Gutiérrez en las páginas de Hormiga Negra.
Sin embargo –y como ningún otro-, el matrero Hoyo murió de viejo, en paz, el 1º de enero de 1918. Lejos del filo de los facones. Pero cuidado: esto no significa que el alba del nuevo siglo no lo hubiera encontrado lejos de la ilegalidad: “si en la juventud fue apresado como gaucho malo, en la vejez sería perseguido como una especie de enemigo público”, comenta Osvaldo Aguirre en su libro Enemigos públicos, a propósito del avance de los tiempos.
El último capítulo de la leyenda de Hormiga Negra comienza el 14 de septiembre de 1902, con el relámpago de dos cuchilladas mortales sobre el pecho de Lina Penza de Marzo, una italiana que vendía verduras en una chacra de San Nicolás donde aquel solía abastecerse. “¡Unas puñaladas que le abrían el pecho cuanto era, un garrazo de tigre de los que sólo Hormiga Negra era capaz de dar, viejo y todo!”, a decir de Albino Dardo López, en la edición de Caras y Caretas del 7 de septiembre de 1918. El mismo día del crimen llegaron los gendarmes a la casa de Hoyo: alguien lo había visto en la escena del crimen y él mismo había admitido que había ido a comprar siete kilos de batatas. Que se hubiera despedido de la mujer con una sonrisa, dejándola vivita y coleando, no importaba: ya nadie le creía.
Eduardo Gutiérrez había muerto de tuberculosis hacía más de diez años y la Justicia moderna no iba a dejar pasar los delitos que varios jueces de paz –algunos de ellos, iletrados- habían permitido en otras épocas. “Para ser malo no basta querer serlo”, dice Hormiga Negra en el papel del folletín, y es suficiente para atraer el amor de la criollada y las sospechas de los pesquisas de la vida real, que lo enviaron a la penitenciaría en cuanto pudieron. El proceso fue largo: el gaucho vio pasar 1903, 1904 y 1905 desde la cárcel. Sólo en 1906 cayeron los endebles testimonios de varios testigos, cuando el sargento Inocencio Moreira presentó a un nuevo informante que decía saber que el asesino era otro. Y es que esta vez Hormiga Negra era inocente.
A decir verdad, la paisanada lo había salvado: Inocencio Moreira no era cualquier policía, sino el primo de otro bandido famoso, Juan Moreira, quizás el más famoso entre los gauchos malos. Reclutado en castigo, Inocencio había terminado por hacer carrera en la policía y había descubierto al matador de la italiana, que se llamaba Martín Díaz y que le guardaba rencor porque aquella le había negado un préstamo. Sólo cuando su propia mujer entregó un botín de joyas robadas, él se acercó a Hoyos y le dijo: “Perdón, don Hormiga”. Y perdón recibió.
Hormiga Negra recuperó su libertad, pero el mito y la realidad nunca dejaron de enredarse. Vuelto a casa, vio pasar al célebre circo criollo de los hermanos Podestá, que venía representando su vida en base al texto de Gutiérrez. “Andan diciendo que uno de ustedes va a salir delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra”, los reprendió. “Les prevengo que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo”. Fue inútil para los actores tratar de explicarle. Si alguno se atrevía a autoproclamarse Hormiga Negra, él, aun anciano, lo atropellaría con su temible facón. Y del mismo modo su hija nonagenaria, Prudencia Hoyo, demandó a las editoriales Tor y El Boyero en la década de 1950.
“No sé si el verdadero Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñaladas que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero”, opinó, mejor, Jorge Luis Borges –un apasionado del matrerismo y de la gauchesca. “Un día, fatigado de tantas ficciones, Gutiérrez compuso un libro real, elHormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. La salva un solo hecho, que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida”.
El tremendo Hormiga Negra, terror de policías y taita del gauchaje, pareció vivir sus últimos días sumido en esa confusión. Para un hijo de la pampa, la fama de las letras era cosa ‘e Mandinga. ¿Y qué es la verdad cuando el Quijote es más real que Cervantes y cuando lo leído forma parte de lo vivido? “Ustedes los hombres de pluma, le meten no más, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas”, le reprochó Hormiga Negra al reporter de Caras y Caretas en 1912, ya cerca de su muerte. “Y el gaucho se presta pa’ todo. Después que ha servido de juguete para la polesia lo toman los leteratos para contar d’él á la gente lo que se les ocurre. Así debe ser el gaucho de novela, peleador hasta que no queden polesias, ó hasta que se lo limpien a él de un bayonetaso, como á Moreira…”.
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