lunes, 4 de mayo de 2015

MARTINA CHAPANAY La Bandolera indómita

MARTINA CHAPANAY

La Bandolera indómita



Nació en el valle de Zonda, en San Juan de Cuyo, en 1800.  se discute si en las Lagunas de Guanacache o en el Valle de Zonda. Hija de Ambrosio Chapanay, último cacique huarpe de ese lugar, y de Mercedes González, una cautiva blanca robada a fines del siglo XVIII.  El vocablo “Chapanay” se debe interpretar así: “chapad”, pantano, y “nai”, negación; por lo tanto: lugar donde no hay pantanos. 
Desde niña sintió atracción por las tareas propias de los hombres de su condición: fue jinete, baquiana y rastreadora habilísima.  Adquirió asimismo gran capacidad en el arte del cuchillo, del lazo y de las boleadoras.  Sus cualidades de destreza, audacia y valentía no fueron obstáculo para que se transformara en una mujer atractiva que “reinaba en los corazones” y era “admirada y respetada por cierta conducta recatada”.
Entre otras hazañas, se distinguió por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza. Es centro de una devoción popular porque compartía el fruto de sus robos con los más humildes. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos razgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos (chiripá, poncho, vincha, botas de potro) tal como se representaba en las estampas y tallados de madera. 


En 1822, durante uno de sus viajes al Pueblo Viejo (Concepción) con objeto de vender mercaderías, Martina Chapanay conoció a quien tendría trascendente participación en su vida.  Había ido a una de las mejores pulperías de la ciudad a vender unos porrones de “aloja” y adquirir un poco de azúcar, yerba y tabaco; al salir con su compra del local casi se lleva por delante a un mozo que entraba en esos momentos.  Tratábase de un gaucho joven, agraciado, fuerte, de mirada inteligente, bronceado por el sol y con aire de forastero.  Martina le pidió disculpa, acompañando su excusa con una sonrisa, desacostumbrada en ella; el desconocido le hizo un tímido saludo con la cabeza, en señal de sorpresa admirativa, permaneciendo al principio como asombrado, corriendo luego a remover los cueros que cubrían el hueco abierto de la puerta del local para facilitar su salida.
Poco después preguntaba al pulpero sobre la joven, se enteró que era la hija del cacique Chapanay.  Quiso gustar el brebaje llevado por la muchacha, que el pulpero le mostró, logrando que éste le sirviese una copa, que le gustó.  El paisano se dirigió al día siguiente a Zonda donde se reunió con el padre de Martina para informarle que Quiroga lo enviaba desde su patria chica, La Rioja, para invitarlos a participar en las montoneras que estaba reuniendo, con hombres de allí y de los pueblos hermanos, para defender la libertad de todos los hombres de esas regiones.  El propósito de salir a la lucha, en esos momentos precisos que la patria debía organizarse, en procura de un gobierno que los protegiese a todos contra las injusticias y abusos a que estaban reducidos desde hacía mucho tiempo, era justo y honroso.
Martina colaboró con el General San Martín en la gesta del Cruce de Los Andes. “Se convirtió en una de las tantas y tantos chasquis que llevaban y traían mensajes entre las seis columnas del Ejército Libertador. Dicen que por muchos años lució con mucho orgullo una chaquetilla que dejaba constancia de aquellos gloriosos días”, dice Pigna.

Luego asegura que a los 22 años se unió a las huestes de Facundo Quiroga y peleó junto a él, interviniendo posteriormente en todos los combates de la campaña del riojano.  Guerreó a favor de los caudillos que en las provincias encarnaron los anhelos populares.
Pedro D. Quiroga refiere que Martina “en la mitad de su carrera tuvo que lamentar la pérdida de su compañero que había perecido en la batalla de la Ciudadela en el Tucumán…”.
En efecto, uno de los jefes de la montonera de Facundo Quiroga, el intrépido comandante de gauchos consorte de Martina, perdió la vida al lanzarse en una violenta arremetida contra una línea de bayonetas del enemigo, a la que consiguió quebrar; a poco de haber obtenido ese resultado fue rodeado por milicos de infantería, y en una lucha desigual, que pudo haber prevenido, le mataron el caballo, que le arrastró a tierra, en donde le acosaron sus enemigos, ultimándole con un bayonetazo fatal.
Muerto su consorte, en la Ciudadela, el 4 de noviembre de 1831 y asesinado Quiroga en Barranca Yaco (1835), Martina Chapanay regresó al hogar paterno en Zonda Viejo, que encontró abandonado: los miembros de la pacífica y laboriosa tribu habían sido muertos y robados por el blanco, otros murieron reclutados en los ejércitos y los restantes se refugiaron en la serranía. 
El constante clima de guerra y, en consecuencia, el cierre de establecimientos, habían separado del trabajo a los hombres, y las provincias no pudieron dar a la masa desocupada el sustento necesario.  Malogrado el hábito del trabajo, se originaron las bandas nómadas aplicadas al atraco de la propiedad ajena.  Martina, asilada en los montes, y acorralada por la miseria, se convirtió en jefe indiscutida de una de ellas, siendo repartido el producto de sus robos entre los pobladores más humildes. 
Más tarde, se enroló en las huestes del gobernador y caudillo sanjuanino, general Nazario Benavídez, comportándose gallardamente en el combate de Angaco (6 de agosto de 1841) y también en el de La Chacarilla en donde dicho general, favorecido por un fuerte viento Zonda, atacó sorpresivamente a las tropas unitarias del Gral. Mariano Acha que habían acampado en este lugar después de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Angaco.  Su participación en las fuerzas federales, en defensa de la provincia de San Juan, junto al gobernador, demostró un deseo de exponer la vida en apoyo del sentir popular de Cuyo en esa contienda civil.
Asesinado Benavídez, en 1858, Martina Chapanay volvió a  asumir la dirección de una cuadrilla de bandoleros.  Poco tiempo después, abandonó esa vida,  acompañando al caudillo Angel Vicente Peñaloza en su última y desgraciada lucha en defensa de los fueros riojanos. 
Pasó sus últimos años arriesgando su vida en salvaguardia y beneficio de su “patria chica”.  Campeó contra las arbitrariedades en provecho de la comunidad, prevaleciendo en ella un deseo constante de hacer el bien al prójimo.  Sus hazañas fueron incontables y heroicas.  Llegó a tener una reputación extraordinaria como benefactora tutelar de los viajeros, y prestó grandes servicios a los hacendados. 
Sin embargo, en los finales de su vida, Martina tuvo actitudes poco felices.  Pedro D. Quiroga dice que: “en las últimas campañas de Peñaloza, ha figurado siempre en la escolta de éste, desempeñando con habilidad la delicada misión de “espía”.  Pero una vez concluida la montonera con la muerte del caudillo, tuvo la previsión de fijar su domicilio en el Valle Fértil, y se ocupaba en dar aviso a las autoridades de todas las intentonas que meditaban los montoneros que habían quedado por entonces dispersos en pequeños grupos asolando las poblaciones de la campaña de la provincia de San Juan”.
Murió en Mogna, absuelta de sus pecados por el cura párroco de Jachal, que también se ocupó de su entierro.  Su tumba ha sido observada por el historiador Marcos estrada en el cementerio viejo de Mogna: “Una cruz de madera, hincada en el suelo, señala el lugar consagrado en donde descansan los restos de una mujer argentina que sobrevivió la tragedia de su época y supo salvarse del naufragio, resucitando a la inmortalidad”.
La zona es ahora un desierto, pero en el siglo XIX las aguas del río Mendoza y del Desaguadero creaban las llamadas Lagunas de Guanacache. La construcción de una represa cerca de la ciudad de Mendoza provocó la sequía de las lagunas, y actualmente los huarpes obtienen el agua de pozos muy profundos, ya que los superficiales están contaminados con agua salada. La supervivencia de éstos se basa principalmente en la cría de cabras, la utilización de los frutos del algarrobo, un árbol típico de la zona, y la venta de artesanías en el Mercado Artesanal, que se encuentra al lado de la oficina de turismo de la ciudad capital. 
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién esta allí”. 



Lamentablemente no se conoce ningún retrato o ilustración de Martina Chapanay, pero sí nos queda la descripción que Marcos Estrada hace de ella: “de estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad.  Parecía más alta de su talla: su naturaleza, fuerte y erguida, lucía además un cuello modelado.  Caminaba con pasos cortos, airosa y segura.  Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes; su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha –mayormente en las alas-, pómulos visibles, ojos relativamente grandes, algo oblicuados, garzos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas, cejas pobladas, armoniosas, y cabello negro, lacio, atusado a la altura de los hombros.  Su fisonomía era melancólica; podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos.  A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada feminidad.  Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona.  El timbre de su voz era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo.  Animosa y resuelta, no le fatigaban los grandes viajes ni el trabajo incesante; aguantaba insensible el frío y el calor, y resistía sin lamentaciones el sufrimiento físico”.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Estrada, Marcos – Martina Chapanay, realidad y mito – Buenos Aires (1962).
Quiroga, Pedro D. – Martina Chapanay, Leyenda histórica americana – Buenos Aires (1865)
www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

domingo, 3 de mayo de 2015

DIÓGENES EL CÍNICO

DIÓGENES, EL CÍNICO



( c. 412 a.C.-323 a.C.)
"Cuando estoy entre locos me hago el loco"
Diógenes el Cínico
El filósofo Diógenes, llamado el Cínico, nació en la ciudad de Sínope alrededor del año 412 a. de C. Su padre era tesorero de la ciudad, pero fue acusado de apropiarse de fondos públicos. Fue encarcelado y Diógenes fue desterrado. Se dice que Diógenes dijo al partir: "Ellos me condenan a irme, yo los condeno a quedarse."
Visitó Esparta, Corinto y llegó a Atenas, donde quiso estudiar con el filósofo Antístenes. Éste enseñaba a evitar la tentación de los placeres y la inutilidad de las convenciones sociales. Al principio Antístenes se negó a recibirlo e incluso lo golpeó con un bastón. Diógenes dijo entonces: "Golpéame, Antístenes, pero nunca encontrarás un bastón lo suficientemente duro como para apartarme de tu presencia, mientras pronuncies palabras de valor." Complacido, Antístenes lo admitió como discípulo.
Antístenes fue el fundador de la escuela de los Cínicos, y Diógenes se convirtió en su figura más importante. Los cínicos tomaban como ejemplo de conducta a la naturaleza y los animales, pues predicaban la autosuficiencia como forma de alcanzar la felicidad. El nombre de Cínico (en griego kynikós) se deriva de la palabra kynós , que significa "perro". Conforme a este ideal, Diógenes se vestía con telas toscas y llevó una vida muy austera. Descansaba en los pórticos de los templos atenienses, y en una ocasión pidió a un amigo que le consiguiera un lugar para vivir. Al pasar el tiempo sin recibir respuesta, Diógenes tomó como hogar un tonel, soportó las inclemencias del tiempo y sólo comía lo que le proporcionaban manos caritativas.
Los cínicos tomaron como modelos a la naturaleza y los animales, los adoptaron como ejemplos de autosuficiencia y basándose en ello propusieron un modelo de comportamiento ético que consideraban fundamental para alcanzar la felicidad. Llevó una vida de austeridad y mortificación. Una historia relata que lo único que poseía Diógenes era un tazón que usaba para beber agua de una fuente, pero la desechó por se innecesaria el día que vió a un joven bebiendo del cuenco de la mano.
Los cínicos también rechazaban las convenciones sociales. Diógenes especialmente criticaba las diferencias de clase. Se dice que estaba comiento lentejas cuando fue visto por el filósofo Aristipo, que vivía con comodidad a expensas de la corte ateniense. Aristipo le dijo a Diógenes: "Si aprendieras a adular al rey, no tendrías que comer lentejas". Diógenes replicó: "Si aprendieras a comer lentejas, no tendrías que adular al rey".
Despreciaba a los letrados de su épóca por recitar los sufrimientos de Odiseo, tal y como fueron relatados por Homero, pero que no atendían a los sufrimientos de sus propios conciudadanos. Criticó también a los oradores que predicaban la verdad, pero no la practicaban. Recorría también las calles de Atenas a plena luz del día, llevando en su mano una linterna encendida. Al preguntársele la razón de este acto, contestaba: "Busco un hombre honesto".
Cuando era ya un hombre de edad avanzada, quiso viajar a Egina, pero fue capturado por piratas, quienes lo llevaron a Creta para ser vendido como esclavo. Cuando se le preguntó qué sabía hacer, respondió: "Sé gobernar a los hombres, por lo tanto véndeme a quien necesite un amo". Esta respuesta fue escuchada Xeníades, un hombre acaudalado de Corinto. Impresionado, compró a Diógenes, le devolvió la libertad y le pidió que educara a sus hijos y se encargara de sus asuntos domésticos. El filósofo demostró tanta sabiduría y fidelidad que Xeníades no se cansaba de decir que los dioses habían enviado un genio a su casa.
Fue durante su residencia en Corinto que ocurrió el célebre encuentro entre el filósofo y Alejandro Magno de Macedonia. Según relata Plutarco, Alejandro se encontraba en Corinto recibiendo honores por haber conseguido el liderazgo de las fuerzas griegas para enfrentarse a los persas. Aunque Alejandro estaba rodeado de las grandes personalidades de Grecia, se asombró al no encontrar entre ellas a Diógenes, cuya fama había llegado hasta sus oídos. Deseoso de conocer a alguien que mostraba tal desdén por la autoridad y el poder, Alejandro fue en su busca, y lo encontró tomando el sol. Se acercó y le dijo: "Soy Alejandro de Macedonia; dime en qué te puedo servir". Diógenes respondió: "Apártate a un lado, pues me tapas el sol". Alejandro se apartó asombrado y dijo a sus amigos: "Si yo no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes".
Diógenes falleció en el 323 a. de C. aproximadamente. En su tumba fue erigida una columna de mármol, coronada por la figura de un perro. No dejó sistemas filosóficos, pues siguiendo con el ideal cínico se concentró más en el ejemplo que en la teoría. 


sábado, 2 de mayo de 2015

HORMIGA NEGRA, EL ÚLTIMO DE LOS GAUCHOS MATREROS

HORMIGA NEGRA, (Guillermo Hoyo), 

EL ÚLTIMO DE LOS GAUCHOS MATREROS



Guillermo Hoyo, el nombre que figura en su acta de bautismo, nació en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos a mediados de 1837., fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, figura común de la época que frecuentaba un antiguo y famoso boliche de campo, "La Bola de Oro". Su vida se construyó en torno de historias y mitos que lo transformaron en casi una leyenda de estos pagos. La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas. Su sobrenombre de Hormiga Negra lo habría heredado de su padre, apodado del mismo modo, quien ante la temeridad y arrojo de su hijo habría afirmado:  "A este le permitiré que lleve mi apodo porque es digno de hacerlo y ahora sabrán las policías lo que somos los arroyeros".

El tremendo criollo, terror de policías, vivió sus últimos días sumido en la confusión de ser famoso: Eduardo Gutiérrez lo inmortalizó en su folletín y Caras y Caretas le dedicó varios artículos.


Nacido en 1837, hijo de Leonardo Hoyos y Rosa Sejas, "Hormiga Negra" fue conocido por representar al típico gaucho bravo o pendenciero, Su apodo fue heredado de su padre, quien era de baja estatura y rubio pero que "cuando sacaba el facón", lo hacía "picar pior que hormiga". Gutiérrez, en su obra lo retrata de la siguiente manera: “es un ser pequeño, delgado, de nariz aguda y de mirada más aguda aún".

La novela "Hormiga Negra" del autor argentino Eduardo Gutiérrez cuenta las aventuras y correrías del gaucho de las pampas bonaerenses en 23 capítulos, a modo casi biográfico. El libro comienza presentando al personaje principal cumpliendo su condena en la cárcel y se desarrolla en torno a la vida del mismo, con aventuras que tocan de cerca episodios de la historia argentina, convirtiéndose en un relato prácticamente de tintes históricos.

A lo largo de su vida lo acusaron de varios crímenes, muchos de los cuales no mostraron evidencias suficientes para inculparlo: el asesinato de Santiago Andino en Santa Fe, la muerte en riña de Pedro José Rodríguez, quien habría fallecido por tres heridas recibidas, hecho por el que Hormiga Negra pasaría casi diez años de su vida prófugo, el supuesto degollamiento de un niño para robarle los quesos que éste llevaba; el crimen de Lina Paenza de Marzo, ocurrido el 14 de septiembre de 1902, por el cual purgó una condena de 6 años, cumpliendo efectivamente cuatro, en la Penitenciaria Nacional.
Hormiga Negra pagó por un delito que no cometió. Fue la mujer de Martín Díaz, el verdadero asesino de Paenza de Marzo, quien años más tarde terminaría develando el misterio; luego de una disputa familiar la mujer se presentó a la Justicia e hizo entrega de las joyas de la víctima. Cuenta la leyenda que Díaz se habría encontrado con Hoyo y arrepentido, le espetó: "Perdón don Hormiga", a lo que solo habría recibido como respuesta una sonrisa.

La mitología popular y los cronistas de la época, prefirieron endilgarle fama de gaucho malo, pero su coraje quedó evidenciado cuando, como soldado, combatió en las batallas de Cepeda y Pavón, en el arma de artillería. Trabajó como peón y resero. En 1859 se casó con Juana de los Dolores Acuña.


La historia personal de Hoyo parecía ir a contramano de su leyenda. Por un lado, un hombre apreciado al que algunos consideraban un romántico que daba en ayudar a los desvalidos. Por el otro, un hombre que causaba espanto y tenía aterrorizada a toda una región, ante la sola mención de su nombre, arrastrando un presagio de muerte. El supuesto degollamiento del niño sería solo un entremezclado con la mitología gaucha. Un crimen similar se le adjudicó a Juan Moreira, otro gaucho "malo" famoso.

Es evidente que Hormiga Negra, de puño y letra, construyó su propia leyenda, quizá en el afán de ganarse un sitio en una época y en un lugar social en donde el ser hombre se reforzaba con el cuchillo, la bebida y la pendencia, pero también es evidente que muchas de las historias que se le adjudicaron fueron parte del imaginario colectivo.

También se cuenta que una tarde, ya viejo, Hoyo se enteró de que el circo de los hermanos Podestá llegaba a San Nicolás, dispuesto a representar la obra que contaba su leyenda.
En vísperas de la función, se apersonó a la carpa. "Andan diciendo que uno de ustedes va a salir el domingo delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra. Les prevengo -dijo con gesto indignado- que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo y todos me conocen".
No hubo modo de que los Podestá lo hicieran entrar en razones. Hablaron de homenajes, mandaron a buscar ginebra para atemperar los ánimos, pero el anciano pobre, vestido con pulcritud, se mantuvo firme y exigió respeto.


A quien saliera a decir que era Hormiga Negra lo atropellaría el mismo con su sola presencia. El domingo el circo representó una obra. El cartel rezaba en letras grandes: "Juan Moreira".

Hoyos murió en la ciudad en que había nacido, el 1 de enero de 1918. Tenía 81 años.

No es lo mismo matar a un hombre de verdad, en carne y sangre, que matarlo en el papel de las novelas y los poemas. Lo dijo, a sabiendas, ese gaucho viejo –sabedor de las cosas amargas de la vida- en que se había convertido Guillermo Hoyo, el Hormiga Negra de San Nicolás de los Arroyos, cuya fama había trascendido las pulperías con el folletín biográfico Hormiga Negra, que el febril Eduardo Gutiérrez publicó en el diario La Patria Argentina en 1881 –y que se terminó convirtiendo en una de las mayores entre las treinta y un obras que escribió aquel en sólo diez años.
“Ya sabemos lo que son novelas y lo que son cuentos…”, le dijo el gaucho a un reporter de Caras y Caretas que lo fue a visitar en 1912 (y que publicó la entrevista en la edición del 24 de agosto). Para entonces, Hormiga Negra ya había purgado varios años a la sombra y otros tantos a la luz prófuga de las estrellas desviadas de la ley, y llevaba en sus manos la sangre de varias víctimas: el peón Santiago Andino, el malandrín Pedro Soria, el gaucho Pedro José Rodríguez, la vieja Lina Penza de Marzo, varios soldados patrios enviados tras él, un niño al que había degollado para quitarle unos quesos y el músico ambulante Mariano Rivero (a quien le había robado su acordeón, dejándolo herido con un disparo de trabuco en el pecho)… No en vano los diarios lo señalaron una y cien veces como el último gaucho malo. Y si muchos de esos crímenes no habían sido obra propia, no importaba: su mito, aun en vida, era más grande que su verdad.

Pero vale decir que de Hormiga Negra, o Guillermo Hoyo, se sabe mucho. A diferencia de Juan Moreira, de Antonio Mamerto Gil, de Juan Cuello, del Gato Moro, de Calandria, de Pastor Luna y de los hermanos Barrientos, este gaucho matrero es un hombre de los tiempos modernos; el último de una dinastía brava y feroz que hizo del coraje su religión y del duelo un modo del honor. Pero también, que se habituó al desorden y se entregó a “la vida bárbara de las pulperías, vida que no es más que una serie de trancas que no se interrumpe nunca, amenizada por un par de homicidios al mes”, según anotó Gutiérrez en las páginas de Hormiga Negra.

Sin embargo –y como ningún otro-, el matrero Hoyo murió de viejo, en paz, el 1º de enero de 1918. Lejos del filo de los facones. Pero cuidado: esto no significa que el alba del nuevo siglo no lo hubiera encontrado lejos de la ilegalidad: “si en la juventud fue apresado como gaucho malo, en la vejez sería perseguido como una especie de enemigo público”, comenta Osvaldo Aguirre en su libro Enemigos públicos, a propósito del avance de los tiempos.

El último capítulo de la leyenda de Hormiga Negra comienza el 14 de septiembre de 1902, con el relámpago de dos cuchilladas mortales sobre el pecho de Lina Penza de Marzo, una italiana que vendía verduras en una chacra de San Nicolás donde aquel solía abastecerse. “¡Unas puñaladas que le abrían el pecho cuanto era, un garrazo de tigre de los que sólo Hormiga Negra era capaz de dar, viejo y todo!”, a decir de Albino Dardo López, en la edición de Caras y Caretas del 7 de septiembre de 1918. El mismo día del crimen llegaron los gendarmes a la casa de Hoyo: alguien lo había visto en la escena del crimen y él mismo había admitido que había ido a comprar siete kilos de batatas. Que se hubiera despedido de la mujer con una sonrisa, dejándola vivita y coleando, no importaba: ya nadie le creía.
Eduardo Gutiérrez había muerto de tuberculosis hacía más de diez años y la Justicia moderna no iba a dejar pasar los delitos que varios jueces de paz –algunos de ellos, iletrados- habían permitido en otras épocas. “Para ser malo no basta querer serlo”, dice Hormiga Negra en el papel del folletín, y es suficiente para atraer el amor de la criollada y las sospechas de los pesquisas de la vida real, que lo enviaron a la penitenciaría en cuanto pudieron. El proceso fue largo: el gaucho vio pasar 1903, 1904 y 1905 desde la cárcel. Sólo en 1906 cayeron los endebles testimonios de varios testigos, cuando el sargento Inocencio Moreira presentó a un nuevo informante que decía saber que el asesino era otro. Y es que esta vez Hormiga Negra era inocente.

A decir verdad, la paisanada lo había salvado: Inocencio Moreira no era cualquier policía, sino el primo de otro bandido famoso, Juan Moreira, quizás el más famoso entre los gauchos malos. Reclutado en castigo, Inocencio había terminado por hacer carrera en la policía y había descubierto al matador de la italiana, que se llamaba Martín Díaz y que le guardaba rencor porque aquella le había negado un préstamo. Sólo cuando su propia mujer entregó un botín de joyas robadas, él se acercó a Hoyos y le dijo: “Perdón, don Hormiga”. Y perdón recibió.

Hormiga Negra recuperó su libertad, pero el mito y la realidad nunca dejaron de enredarse. Vuelto a casa, vio pasar al célebre circo criollo de los hermanos Podestá, que venía representando su vida en base al texto de Gutiérrez. “Andan diciendo que uno de ustedes va a salir delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra”, los reprendió. “Les prevengo que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo”. Fue inútil para los actores tratar de explicarle. Si alguno se atrevía a autoproclamarse Hormiga Negra, él, aun anciano, lo atropellaría con su temible facón. Y del mismo modo su hija nonagenaria, Prudencia Hoyo, demandó a las editoriales Tor y El Boyero en la década de 1950.

“No sé si el verdadero Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñaladas que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero”, opinó, mejor, Jorge Luis Borges –un apasionado del matrerismo y de la gauchesca. “Un día, fatigado de tantas ficciones, Gutiérrez compuso un libro real, elHormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. La salva un solo hecho, que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida”.

El tremendo Hormiga Negra, terror de policías y taita del gauchaje, pareció vivir sus últimos días sumido en esa confusión. Para un hijo de la pampa, la fama de las letras era cosa ‘e Mandinga. ¿Y qué es la verdad cuando el Quijote es más real que Cervantes y cuando lo leído forma parte de lo vivido? “Ustedes los hombres de pluma, le meten no más, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas”, le reprochó Hormiga Negra al reporter de Caras y Caretas en 1912, ya cerca de su muerte. “Y el gaucho se presta pa’ todo. Después que ha servido de juguete para la polesia lo toman los leteratos para contar d’él á la gente lo que se les ocurre. Así debe ser el gaucho de novela, peleador hasta que no queden polesias, ó hasta que se lo limpien a él de un bayonetaso, como á Moreira…”.

viernes, 1 de mayo de 2015

MATE COCIDO (SEGUNDO DAVID PERALTA)

MATE COCIDO 

       Segundo David Peralta       



Cuando la leyenda supera a la verdad publicamos la leyenda”. John Ford

Se llamaba Segundo David Peralta, pero para el mito fue Mate Cocido. Había nacido en Monteros, Tucumán, el 3 de marzo de 1897. La leyenda lo presenta como el bandido que robaba a los ricos y ayudaba a los pobres; otros afirman que en realidad vengaba a los pobres, y no faltan los que aseguran que los representaba políticamente. Se habla de su coraje, su inteligencia y generosidad, de sus ideas anarquistas y de su prédica solidaria. Demás está decir que la competencia entre leyenda e historia, la gana de punta a punta la leyenda.

Segundo David Peralta tenía una pequeña cicatriz en la cabeza que le dio su alias. Había nacido en Tucumán pero la parte más intensa de su vida ocurrió en el Chaco.

Un célebre chamamé escrito por Nélida Argentina Zenón, canciones firmadas por Adrián Abonizio y León Gieco, relatos orales de quienes lo conocieron, tejieron una trama que ningún historiador pudo deshacer. Mate Cocido fue y será para siempre el bandido romántico, el Robin Hood de los pobres, el enemigo de la Forestal, Dreyfus, Clayton o Bunge y Born, el delincuente que ni la policía, ni los gendarmes, ni las promesas de recompensas cada vez más altas, lograrán derrotar.


Trabajó en una imprenta, era culto y planificaba sus golpes al detalle. Se dedicó a robar a firmas como Bunge & Born, Dreyfus y La Forestal, empresas que aportaban grandes sumas de dinero a la Gendarmería para dar fin a sus correrías. Hasta se llega a decir que la Gendarmería se creó a pedido de Bunge y Born para perseguirlo. Puede ser.

Se dice que para los gerentes de las multinacionales era una pesadilla. Tal vez. Yo sinceramente , no creo que haya sido para tanto, aunque sí me atrevería a decir que entre Mate Cocido y Galimberti, me quedo toda la vida con Mate Cocido. Más leal, más derecho, más hombre.

Mate Cosido, el bandido de los pobres, escribió algunas notas en la revista Ahora en las cuales justificaba sus robos, explicando que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino. Su fama de ladrón con conciencia iba creciendo en Buenos Aires. "Decía: “Yo creo que el origen de esta conducta mía está basada en esto: No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos. Soy una fabricación por las injusticias sociales que siendo muy joven ya comprendí, y por las persecuciones gratuitas de un policía inmoral y sin escrúpulos”. Cuando la policía individualiza a un hombre con antecedentes, puntualiza, “lo primero que hacen es quererlo conquistar como delator, si no acepta, vienen las persecuciones”.


Los golpes de su banda (unos 15 hombres) siempre estaban pensados hasta el último detalle. ¿Cómo tenían la información? El apoyo de prostitutas, peones y hasta policías corruptos era la clave.

Según algunos memoralistas (Chumbita entre ellos), Vairoletto y Mate Cosido se conocieron en la Capital: fue en un prostíbulo de Barracas o en un templo masónico de San Telmo. Dos escenarios apropiados para el marco de una época que, no casualmente, tuvo en Arlt a uno de sus más agudos cronistas.


En su carrera delictiva usaba muchos documentos falsos fácilmente asequibles en Buenos Aires: Julio del Prado, Manuel Bertolatti, José Amaya, Julio Blanco.

Evitaba la violencia, nunca tenía enfrentamientos armados con la policía. No era por miedo, sino una manera de proceder.

Con el anarquista y bandido pampeano Juan Bautista Bairoletto proyectaron asaltar una fábrica de tanino, sin embargo Peralta desistió por no estar de acuerdo con lo que suponía sobrevendría: Bairoletto ejecutó el robo, dejando un empleado muerto en la balacera con la policía.

Los habitantes de Presidencia Roque Sáenz Peña, de Gancedo, y en definitiva la mayoría de los pueblos grandes, fueron admirados testigos de las acciones de Mate Cosido. Vestía casi disfrazado, o como peón rural o como viajante, para no levantar sospechas.
La leyenda se transforma en mito cuando el personaje vence las leyes de la lógica. Algo así ocurrió con nuestro héroe. No murió, no lo mataron; desapareció sin dejar huellas. Una delación, un tiroteo a orillas de las vías del ferrocarril, una ametralladora que se traba y Mate Cocido se pierde en la espesura. Para esa fecha tenía cuarenta y dos años. Era relativamente joven y estaba en la plenitud de sus energías. La Gendarmería y en particular el comisario Guillermo Solveyra Casares lo rastrearon por cielo y tierra. Siguieron sus huellas -o los rumores sobre sus huellas- por Añatuya, Corrientes, Asunción, Villarica, Lambaré, hasta que se dieron por vencidos. Mate Cocido murió en el monte como consecuencia de las heridas o se lo tragó la tierra o está en el Olimpo donde moran los grandes dioses de la historia.


Su mujer, Ramona Romano y su hijo Mario vivieron hasta hace pocos años y, según sus palabras, nunca más supieron nada de él. A partir de allí todos son rumores y leyendas. Se dijo que vivió y murió en Asunción protegido por un militar; se dijo que lo vieron en un prostíbulo de Salta; se dijo que estuvo en Rosario y fue puntero del peronismo; se dijo que vivió en Santa Fe; se dijo que murió abatido por el cáncer; se dijo y se dijo, pero pruebas concretas, ninguna.

Se sabe que tres meses después de su huida mandó una carta a la revista Ahora, explicando sus puntos de vista. La carta está firmada por uno de sus apellidos truchos: Manuel Bertolotti. Allí explica los motivos que lo arrastraron al delito y se luce hablando mal de la policía. En algún momento dice: “No soy un delincuente nato. Soy una fabricación por las injusticias sociales y por las persecuciones gratuitas de una policía inmoral y sin escrúpulos”.

La carta fue publicada por Ahora, en la edición del 29 de marzo de 1940. ¿Es auténtica? Los editores aseguran que si, pero como se dice en estos casos, nadie está en condiciones de poner las manos en el fuego acerca de su veracidad. A las afirmaciones de los editores les caben las generales de la ley, ya que a nadie se le escapa que una carta de Mate Cocido, real o no, atraía a los lectores como a las moscas el dulce.

Que el final haya quedado abierto, que nunca se haya sabido a ciencia cierta qué pasó con el bandolero más famoso de la Argentina, es otro de los factores que contribuyen a afianzar el mito. Para el paisanaje, para los trabajadores de los obrajes, para las sufridas mujeres de la servidumbre, Mate Cocido no murió, está vivo, anda por allí perdido en el monte, en algún momento va a retornar a defender a los pobres, a hacerle la vida imposible a los ricos. El rumor circula desde el campo a la ciudad, desde el Chaco montaraz y salvaje a las grandes ciudades.

Eric Hobsbawm alguna vez escribió sobre los bandidos rurales, los bandidos a quienes a diferencia del delincuente común se les atribuye una sensibilidad especial, una capacidad para representar sentimientos, deseos primarios de justicia de las clases populares en sociedades donde la tensión entre tradición y modernidad es particularmente intensa.


Mate Cocido alguna vez fue obrero gráfico, hasta que los maltratos, las necesidades, su propia elección y eso que se llama destino, lo volcaron al camino del delito. Sus andanzas se desplegaron por Tucumán, Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero. Estuvo preso un montón de veces y en algún momento decidió irse al Chaco, entoncés territorio federal y espacio propicio para asaltos a bancos trenes pagadores y, más adelante, secuestros de gerentes y estancieros.

El chamamé dice que el hombre fue terror de los argentinos del ‘18 al ‘42. No fue exactamente así, pero un chamamé no tiene la obligación de ser riguroso con las fechas. La leyenda de Mate Cocido, empieza en el Chaco y su momento de esplendor es la década del treinta. Antes había sido un delincuente más, conocido por su abundante prontuario y sus reiteradas temporadas en la cárcel.

¿Fue la sensibilidad social lo que lo llevó a ser generoso con los pobres o, por el contrario, la conveniencia? Buscado por la Policía y luego por la Gendarmería, Mate Cocido se refugia en los rancheríos, se las ingenia para ganarse la simpatía de quienes le pueden dar una mano. En el camino ayuda a enfermos y reparte plata. Cuando asalta la agencia de Dreyfus de Machagay, deja sin un peso la caja fuerte, pero no toca los sobres donde está el dinero de los sueldos de la peonada.

De lo demás se encarga la leyenda. Lo que ocurre es que a diferencia de otros delincuentes, Mate Cocido dispone de una notable capacidad de reflexión. Roba porque ése es su oficio, pero prepara los operativos a conciencia y siempre se esfuerza para que no haya víctimas innecesarias. No es un ideólogo de izquierda, pero sabe que robarle a las empresas multinacionales le brinda, como se dice hoy, buena prensa.

Por supuesto, sus precauciones para que no haya víctimas no impide que mueran inocentes; sus códigos de lealtad periódicamente son traicionados por sus compinches que están muy lejos de ser carmelitas descalzas. Eusebio Zamacola, Antonio Rossi, el Tata Miño le van a ser leales, pero abundan las traiciones. Sin ir más lejos, en su último operativo, cuando secuestran al encargado de la estancia de los Fuken, Jacinto Berzón, el operativo fracasa porque Julián Centurión, encargado de la custodia del rehén, lo libera por una recompensa.

También en este punto, la leyenda parece repetirse. Los héroes siempre son entregados por una mujer o un amigo. Así fue con Mate Cocido, así fue con su heredero veinte años después, Isidro Velázquez. Es que, como diría Jorge Luis Borges, “cuentan que una mujer fue y lo entregó a la partida, a todos tarde o temprano nos va entregando la vida”.

Fue uno de los más buscados. Su rastro se perdió tras un tiroteo en el Chaco.

Hace casi 75 años años, cuando lo vieron por última vez, Segundo David Peralta ya era leyenda. Había nacido en 1897 en Monteros, Tucumán. Tres décadas después "su territorio" abarcaba Tucumán, Santiago del Estero y, en especial, el monte del Chaco. En esa "comarca" pocos sabían su nombre pero nadie desconocía a "Mate Cosido".

La última vez que lo vieron fue el 7 de enero de 1940, cuando el grupo iba a cobrar el rescate por un secuestrado. El dinero debía ser arrojado desde un tren, cerca de Villa Berthet, en Chaco. Pero un soplón los había vendido y en el convoy la Gendarmería tenía un pelotón de fusileros.

Herido en la cadera, unos dicen que escapó a Santiago del Estero. Otros cuentan que terminó sus días en Paraguay. Otros, que se refugió en Córdoba. De él sólo quedó su prontuario de Gendarmería: lleva el número 1. La captura de Mate Cosido vivo o muerto fue la misión inicial de la Gendarmería, creada en julio de 1938.


Canciones

León Gieco compuso una canción llamada "Bandidos rurales" en donde cuenta la vida de famosos bandidos, con una buena parte dedicada a Mate Cosido.
Adrián Abonizio compuso una canción llamada "Historia de Mate Cosido" que luego fuera popularizada por Juan Carlos Baglietto.
Nélida Argentina Zenón compuso un clásico chamamé llamado "Mate Cosido", que fue grabado por ella misma y varios intérpretes mas. La letra dice:
Esta es la historia de un gaucho bueno
que un día el destino lo castigó
llenando su alma de tucumano
de la injusticia que lo venció.
Mate Cosido era el apodo de aquel bandido bravo y feroz
que fue el terror del norte argentino, del 18 al 42.
Formó su trío de bandoleros con Zamacola y “el calabrés”
en los poblados y en los caminos fueron temidos yaguaretés.
Pero fue un día, allá, en el Chaco
que un compañero lo delató
desde aquel día Mate Cosido
huyó a la selva y nunca volvió.

jueves, 30 de abril de 2015

DIFUNTA CORREA: MILAGROS, PEDIDOS CUMPLIDOS, LEYENDA, MITO, CREENCIA, CULTO, DEVOCIÓN POPULAR

DIFUNTA CORREA: 

MILAGROS, LEYENDA, MITO, CREENCIA, PEDIDOS CUMPLIDOS, CULTO, DEVOCIÓN POPULAR



Cientos de botellas con agua son dejadas diariamente en los santuarios dedicados a la Difunta Correa que se encuentran en pequeños altares, oratorios y nichos en todas las rutas del país, desde Jujuy a Tierra del Fuego. Agua para una mujer que murió sed en medio de un desierto de arena y piedra allá por 1841. 


Se conservan diversas versiones de la leyenda, conforme la cual Deolinda Correa (o Dalinda Antonia Correa, según el nombre con el cual aparece mencionada en el relato más antiguo (Chertudi y Newbery, 1978), fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente hacia 1840, durante las guerras civiles entre unitarios y federales. A su paso por la aldea de Tama, provincia de La Rioja -donde vivía la familia- la soldadesca montonera que viajaba rumbo a San Juan obligó al marido de Deolinda, contra su voluntad, a unirse a las montoneras. Esto hizo que Deolinda, angustiada por su marido y a la vez huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidiera ir tras él.

Vestida de rojo y con su hijo de meses a cuestas, María Antonia Deolinda Correa, Donosita, como se cuenta que la llamaban, inició su marcha hacia la provincia de La Rioja deseosa de reunirse con su marido en San Juan y siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan llevando consigo sólo algunas provisiones de pan, charque y dos chifles de agua. Cuando se le terminó el agua de los chifles, Deolinda estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Pero la sed y el cansancio pudieron más que su voluntad, y murió en las cercanías de Caucete.
Dicen que antes de morir invoca a Dios para que salve a su pequeño hijo.
Y el milagro se produjo. Allí murió a causa de la sed, el hambre y el agotamiento. Sin embargo, cuando los arrieros riojanos Tomás Nicolás Romero, Rosauro Ávila y Jesús Nicolás Orihuela, pasaron por el lugar al día siguiente y encontraron el cadáver de Deolinda, su hijito seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Los arrieros, que conocían a Deolinda puesto que eran vecinos de Malazán, donde ella era muy querida por sus virtudes y buenas acciones, la enterraron en el paraje conocido hoy como Vallecito y se llevaron consigo al niño hacia La Rioja. En la primera jornada de camino, el niñito empezó a enfermarse y falleció. Los arrieros regresaron a Vallecito y lo enterraron junto a su madre.
Años más tarde, otros arrieros que estaban buscando infructuosamente unos animales perdidos, al ver la tumba imploraron su ayuda y la Difunta respondió al pedido. Así comienza un culto que lleva casi 160 años y que continúa creciendo.

Otras versiones difieren acerca de la suerte que habría corrido el hijo de la Difunta. Según una interpretación, habría sido criado por una familia del lugar y habría fallecido de viejo. Según otra, "no se supo de la suerte corrida por el pequeñuelo".
También existen diferencias acerca del marido de Deolinda: algunas versiones indican que lo mataron las montoneras, otras, que regresó después de ocho o diez años al que fuera su hogar.

 
Al conocerse la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. La primera capilla de adobe en el lugar fue construida por un tal Zeballos, arriero que en viaje a Chile sufrió la dispersión de su ganado. Tras encomendarse a Correa, pudo reunir de nuevo a todos los animales.

"No interesa que los sucesos sean imaginarios o verídicos, ya que más que narrar hechos, el mito comunica significados. Lo fundamental es el sentido y para acceder a él es necesario considerar las relaciones de transformación", dice la antropóloga sanjuanina María Cristina Krause.


La historia de la Difunta Correa, verdadera o falsa, no sólo mereció las veintinueve estrofas que Benarós, al recrear su vida y su calvario, plasmó como una secuencia fotográfica en su Romancero criollo, sino, y más aún, hizo que se convirtiera en uno de los símbolos populares más importantes de la Argentina.

De Deolinda Correa se sabe todo y aunque jamás pudo comprobarse nada de lo que se dice que se sabe, su imagen tiene, como no podía ser de otra forma, la fuerza del viento y el misterio insondable de las noches. No es un mito, tampoco una leyenda.

Hay coincidencia casi absoluta entre los historiadores en que no hay suficientes elementos de prueba para demostrar la existencia de Deolinda Correa. Ni acta de nacimiento, ni partida de defunción, ni datos sobre su hijo. Pero tampoco la niegan. Y no la niegan porque todo lo que la rodea es real: la guerra civil, el desierto, la ruta hacia los llanos riojanos y la calle Dos Alamos, en donde se cree que Deolinda tenía su casa.

"No es que crea o no que haya existido Deolinda Correa -agrega Krause-, sino que acepto que es real porque para la gente lo es, y no puedo poner en duda lo que la gente manifiesta como una realidad."


En ocasión de la Cabalgata de la Fe a la Difunta Correa, realizada en San Juan entre el 31 de marzo y 2 de abril de 2006, la Cámara de Diputados de la Nación aprobó un proyecto de resolución de adhesión a esa marcha. La resolución, entre otras cosas, dice: "No se trata de una fábula o leyenda, pues reconoce rastro cierto aunque no constituya historia por incompleta información. Dos hermanas Correa, casadas con dos hermanos Bustos, sobrinos del gobernador Bustos, caudillo de Córdoba, experimentaron crueles padecimientos al hacerse presente el general Lamadrid al frente de una columna del ejército unitario y ocupar en dos oportunidades la provincia de San Juan. Una de ellas, esposa del joven doctor Francisco Ignacio Bustos, ministro del gobernador federal don José María Echegaray; la otra, Deolinda Correa".


Para Rubén Dri, ex sacerdote católico, filósofo, teólogo y profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), los mitos son creaciones colectivas destinadas a dar sentido a la vida y sus grandes problemas. "Para comprender el sentido de las narraciones mediante las cuales los mitos se expresan -dice-, es necesario tener las claves de los diversos géneros literarios que emplean. Los géneros literarios son maneras de expresar y transmitir mensajes. Por eso, para comprender los relatos mitológicos de los sectores populares habría que destacar los más pertinentes. En principio, la leyenda. A la leyenda se la suele confundir con el mito, y ése es un error porque la leyenda es una narración sin fundamentos históricos, es creada totalmente por la fantasía popular, como Anahí, la princesa guaraní que resiste la invasión y termina quemada convirtiéndose en la flor del ceibo. Emparentada con la leyenda está la saga. Parecen ser un mismo género literario, una narración sin fundamento histórico. Pero aquí está la diferencia. La saga tiene un fundamento histórico, aunque muy lejano. En general, las narraciones sobre el pasado histórico de acontecimientos sobre los cuales no se tienen documentos son sagas. Por eso, la de la Difunta Correa es una saga muy importante porque si bien no poseemos documentación que nos permita reconstruir su historia, no podemos dudar de un fundamento histórico. Como ella, hubo muchas difuntas Correa, es decir, muchas mujeres que acompañaron a sus esposos en las luchas civiles. Varias de ellas hicieron actos heroicos. La saga de la Difunta Correa tipifica en esa mujer el comportamiento heroico de las demás."

Leyenda, mito, creencia, culto, devoción son manifestaciones de religiosidad popular que el tiempo teje.

El profesor Dri, autor, entre otros libros, de La utopía de Jesús y coordinador de un grupo de investigadores de la UBA que concluyó con la edición de Símbolos y fetiches religiosos en la construcción de la identidad popular, dice que lo importante, en definitiva, es lo que interpreta la gente; la relación entre el sujeto y los símbolos. "El devoto, sea de la Difunta Correa, del Gauchito Gil o de la Virgen de Itatí, hace una interpretación espontánea, perteneciente a su sentido común. Es decir, ellos tienen una interpretación del significado de esos símbolos para sus vidas. Este significado puede o no coincidir con el que se les otorga desde la institución religiosa que ejerce sobre ellos su control."

Alrededor de un millón de personas visitan cada año el santuario de la Difunta Correa, en el cementerio de Vallecitos. Se trata, como dice Dri, "de la fe como constructora de un espacio de esperanza y curación".

Hoy en dia mucha gente deja en el santuario de la difunta botellas con agua, pensando que "la difunta toma esa agua".

El Santuario Principal

En Vallecito, en medio de un desierto de arena y piedra se encuentra su  Santuario Principal a un costado de la Ruta Nacional Nº 20, km 62 en el Departamento de Caucete, que une la ciudad de San Juan y las provincias de La Rioja y Catamarca.

El Santuario posee, al pie de un cerrito, un total de 15 capillitas (habitaciones de 5 m por 3 m o más grandes) desbordando de ofrendas. Todas fueron donadas por diferentes promesantes, cuyos nombres figuran en placas sobre las puertas de entrada. Supuestamente, una de ellas, que contiene los restos de Deolinda Correa, tiene una gran escultura con la Difunta con el niño. En el resto de las Capillas existen igualmente reproducciones de esta imagen en cuadros, estatuillas o estampas, acompañados en todos los casos con distintas imágenes de Vírgenes, crucifijos y santos oficiales (San José, San Cristóbal, San Francisco y San Cayetano son los más representados).




En general en todas las Capillas hay innumerables objetos agolpados y mezclados: trenzas de cabellos, relojes y radios antiguas y modernas, cuadernos escolares, yesos, exvotos de metal que hacen referencias a órganos o partes del cuerpo humano (corazón, hígado, una pierna), collares, infinitas cartas, ropa del primer hijo, chupetes, anillos, muñequitos, bastones, autitos que representan diferentes marcas, camiones con leyendas y ómnibus con el nombre de la empresa etc. Objetos de valor afectivo o económico, desde muñequitos de peluche hasta automóviles y joyas.

Un párrafo especial lo constituyen las fotografías: millones de ellas, desde principio de siglo, en blanco y negro y en color, con las personas retratadas con ropas que evidencian el paso del tiempo y de las modas y en diversas circunstancias de la vida: casamientos, bautismos, cumpleaños, varias fotos de un niño en distintas etapas de su desarrollo, imágenes que hablan de un antes y un después: enfermos y recuperados; con muletas y caminando. Fotos de casas terminadas, negocios, equipos de fútbol y de otros deportes. Imágenes de distintos momento en la vida de una familia: cuando se casan, inician la casa, la casa terminada, el nacimiento de los hijos, la adquisición de un vehículo y otras.

 Los momentos de más afluencia de visitantes se produce en Semana Santa (aproximadamente 50.000 personas), para el “Día de las Animas” (es cuando se ve la mayor cantidad de gente caminando desde lugares lejanos), la Fiesta de los Camioneros, y la Fiesta de los Gauchos. Estas últimas sin fecha fija, se realizan en épocas de buen tiempo (verano, hasta marzo), ya que se congrega mucha gente y las fiestas duran varios días al aire libre. Los camioneros se reúnen en la ciudad de San Juan y hacen una caravana que, al llegar a Caucete,  empiezan a tocar bocina hasta arribar al Santuario. Contratan grupos conocidos de música y se elige el mejor camionero y también una reina. 

Debido a la masiva afluencia de visitantes, entre creyentes y turistas, frente al Santuario se han levantado varios bares y restaurantes, un hotel y una veintena de negocios que ofrecen recuerdos de la Difunta como estatuillas en su clásica postura (recostada, cara al cielo con el niño en uno de sus pechos, en medio de un paisaje árido), estampas, medallitas cintas rojas con la frase "Difunta Correa protege mi..." y a continuación "mi hogar" o "mi familia", "mi trabajo", "mi salud" y las posibilidades incluyen todas las marcas de automóviles y motos posibles. Estas cintas, que suelen colgarse de los espejos, son bendecidas junto con el auto en cuestión por un sacerdote en la Capilla del Carmen construida recientemente en Vallecito. También una línea de ómnibus hace el recorrido de y hasta la ciudad de San Juan varias veces al día, y existen paradas de taxis y remises.

La devoción no se trata de un culto, no existe ninguna religión "difuntacorreísta" sino una difundida devoción popular practicada principalmente por gente adherente al catolicismo de la Difunta Correa es la de una santa popular (que en la práctica es venerada por los devotos como una Santa[cita requerida]), si bien no reconocida como tal por la institución católica. Los devotos consideran que hace milagros e intercede por los vivos. La supervivencia de su hijo, afirman sus devotos que sería el primer milagro de los que a partir de entonces se le atribuirían. A partir de la década de 1940, su santuario en Vallecito Caucete (provincia de San Juan), al principio apenas una cruz situada en lo alto de un cerrito, se convirtió en un pequeño pueblo en el que existen varias capillas (17 en 2005), repletas de ofrendas.

Las capillas han sido donadas por diversos devotos, cuyos nombres figuran en placas sobre las puertas de entrada. Una de ellas contendría los restos de Deolinda Correa. En esta capilla existe una gran escultura de la muerta con su hijo, recostada, cara al cielo con el niño en uno de sus pechos.

Los arrieros primero, y posteriormente los camioneros, son considerados los máximos difusores de la devoción hacia la Difunta Correa. Serían los responsables de haber levandado pequeños altares en rutas del país. Los altares presentan imágenes de la escultura de la muerta, en los cuales se dejan botellas de agua, con la supersticiosa creencia, por parte de los devotos, de que supuestamente podrán calmar la sed de la muerta. La devoción por Deolinda Correa se extendió al sur de Argentina (Provincias de Chubut y Santa Cruz) producto de la oleada de familias del norte atraídas por el auge de la industria petrolera.

Las visitas al Oratorio de la Difunta Correa se producen durante todo el año, pero son más frecuentes en Semana Santa, el día de las Ánimas (2 de noviembre), la Fiesta Nacional del Camionero, en Vacaciones de Invierno y para la Cabalgata de la Fe que se realiza todos los años entre abril y mayo. En las épocas de mayor afluencia puede llegarse hasta a trescientas mil personas; el promedio (año 2005) de los que peregrinan al santuario de la "Difunta Correa" en Vallecito es de 1.000.000 personas/año.

Ofrendas por Capillas

En algunas de estas capillas se observa una concentración de ofrendas referidas a algún tema o profesión. Por ejemplo:
1) Fuerzas de Seguridad: con sables, insignias militares, condecoraciones, gorras, fotos de gente con uniformes.
2) Deportes: camisetas de futbolistas y basquebolistas, remeras de ciclistas, cascos de automovilistas, trofeos, medallas y copas, pelotas, guantes de boxeo, banderines de clubes, equipos de montar, patines, etc.
3) Maquetas de casas y replicas de autos.
4) Con ofrendas de "Famosos": pantalón de Monzón, Casco de Di Palma, camisetas de fútbol en especial se destaca la de Vélez con la firma de todos los jugadores, la de Chilavert en primer lugar, los guantes de Nicolino Loche, espuelas de Guasos Chilenos, zapatillas de baile de Nélida Lobato, juego de palos de golf de Víctor R. Fernández, guantes del Potro Domínguez, etc.
5) Hay dos enormes habitaciones donde se encuentran colgados largas filas de trajes de novia, que se alquilan o se pueden prestar en caso que la persona que lo necesita no disponga de recursos suficientes.
6) Música: guitarras eléctricas, acordeones, un arpa, un contrabajo, discos de oro y fotos y afiches de numerosos "bailanteros".
7) Gauchos: muchísimas rastras, espuelas, monturas y otros aperos del caballo

Todas las capillas tienen sus paredes exteriores cubiertas de incalculable números de placas, del piso hasta el techo, y de diferentes épocas. En el interior de cada una existen además cuadernos donde la gente escribe su pedido y expresa su agradecimiento. Los motivos más comunes son la salud (especialmente de enfermedades muy graves) y el trabajo; en menor proporción: se solicitan casas o autos.

También hay alcancías para depositar dinero y una nota donde se sugiere que los objetos de valor sean entregados en la Administración para su custodia.

Las capillas se encuentran al pie de una loma, y una larga escalera de 70 espaciados escalones, la comunican con la cima donde existen dos capillas más. Esta escalera es empleada por los promesantes para realizar exvotos de sacrificio: subir de rodillas o caminando hacia atrás o descalzos o gateando. Lipotimias y escenas de dolor son comunes en estas circunstancias. También hay gente que viene de muy lejos caminando, a caballo o en bicicleta, en especial desde Caucete y la ciudad de San Juan.

Sobre el tinglado de chapa que cubre las escaleras se han colgado miles de chapa-patentes de automóviles; y sobre toda la loma, un número igualmente incalculable de maquetas de casas, fábricas, negocios, kioscos que por lo general son réplicas de construcciones que con ayuda de la Difunta la gente se pudo comprar. El nombre del negocio o de la familia beneficiada está escrito sobre la maqueta.

En la cima, una de las capillas tiene una escultura grande de la Difunta rodeada de cientos de fotos, papelitos, cartas, placas y flores. A un costado, existe un lugar ennegrecido por el humo destinado a velas encendidas que tiene una gran canaleta por donde se escurre la enorme cantidad de cera que se derrite diariamente. En los alrededores hay algunas botellas con agua (pocas porque aparentemente son levantadas y tiradas) y monolitos con cruces.

Homenajes

Fuente de inspiración para poetas y artistas plásticos. En 1974 el realizador chileno criado en San Juan, Hugo Reynaldo Mattar se inició en la dirección cinematográfica con un film que relata la historia de la Difunda. Deolinda esta interpretada por la actriz Lucy Campbell, acompañada por Héctor Pellegrini y un extenso elenco. Novela de Agustín Pérez Pardella "La Difunta Correa", poemas de León Benaros y
de Carlos Víctor Bogri entre otros muchos.

Persecuciones y prohibiciones

El 19 de marzo de 1976 el Episcopado Argentino hace la siguiente declaración:
"Como en todos los tiempos, también en nuestros días, existen desviaciones respecto del culto de los santos y de las almas del purgatorio. Algunas veces la religiosidad popular es desvirtuada por la superstición y un indebido afán de lucro, alentado por un engañoso turismo y sus derivados.
Hay casos concretos en que, sin que conste históricamente su existencia, y al margen de la autoridad eclesiástica, se rinde culto a determinadas personas. Tal es el caso de la llamada "Difunta Correa", cuyo culto ilegítimo se ha extendido desde Vallecito, en San Juan, a lo largo y ancho de la República, a través de templetes, ermitas y profusión de estampas e imágenes, con no pocas derivaciones supersticiosas."
Por lo tanto acordamos:
1. Que los católicos solo es lícito honrar con culto público a aquellos que la autoridad de la Iglesia ha inscrito en el elenco de los Santos y Beatos.
2. Que, por consiguiente, el culto a la llamada Difunta Correa no está dentro de estas condiciones y es ilegítimo y reprobable.
3. La Conferencia Episcopal Argentina pide a los verdaderos católicos que se abstengan de practicar dicho culto."
A raíz de esa declaración, ese mismo año, las autoridades de facto prohibieron su culto e hicieron intervenir la Fundación.
Extraido del cdrom "ALMAS MILAGROSAS, SANTOS POPULARES Y OTRAS DEVOCIONES" por María de Hoyos y Laura Migale, Edición NAyA

UBICACIÓN:
Sobre la ruta nacional 141 Vallecito, provincia de San Juan

Cómo llegar:

Colectivo: Varias líneas llegan al santuario. Desde San Juan, la Empresa Vallecito va de lunes a sábado, saliendo de la terminal a las 7:30 y 16:30, domingos 8:00, 10:00 y 15:00. Desde Mendoza, la empresa El Triunfo sale los jueves, sábados y domingos a las 7:00.