miércoles, 26 de agosto de 2015

OSCAR BONAVENA, EL CAMPEÓN SIN CINTURÓN

OSCAR BONAVENA, EL CAMPEÓN SIN CINTURÓN




Peleó contra los más grandes de su tiempo y fue un personaje muy querido. Hincha de Huracán y de la vida nocturna, su vida terminó brutalmente cuando fue asesinado en Estados Unidos.
Su nombre completo era Oscar Natalio Bonavena, nació en Boedo y fue hijo de Dominga Grillo y Don Vicente Bonavena. Fue soberbio, fanfarrón. Fue hincha de Huracán. Fue cantante y actor. Pero fue, es y será Ringo, uno de los mejores boxeadores argentinos de la historia, y uno de laos más grandes ídolos nacionales de este deporte.
A lo largo de su carrera, Bonavena disputó 68 peleas con un récord de 57 ganadas (44 por la vía rápida), un empate (con su eterno rival argentino, Goyo Peralta) y nueve perdidas (seis por puntos, dos por descalificación y una sola antes del límite, con el mítico Muhammad Ali).
Si aquel 22 de mayo de 1973 no lo hubieran asesinado en las afueras del Mustang Ranch de Nevada, hoy Bonavena cumpliría 72 años.
Sus comienzos como boxeador fueron en el Club Huracán, el equipo de su corazón, y en 1959 se consagró campeón amateur. Bonavena fue un boxeador carismático y muy fuerte, valiente como pocos y dueño de una boca muy grande. La historia dice que Ringo nunca ganó el cinturón de campeón mundial, que quizás siempre lo mereció, pero en su época fue ídolo, un dios dentro y fuera del ring. Y su recuerdo perdura hasta hoy.
Siempre quiso ser futbolista y romperla en su Globo querido, pero su camino fue por otro lado. Bonavena llegó a Nueva York y hasta 1965 se entrenó duro para convertirse en uno de los mejores. Peleó con lo más grande spugilistas de su época: Zora Folley, dos veces ante Joe Frazier.
Luego de tanta peleas nunca pudo ser campeón del mundo, pero su carisma lo llevó a combatir el 7 de diciembre de 1970 ante Muhammad Ali en el Madison Square Garden.
Allí perdió en el último round después de haberse dado el lujo de avergonzarlo en la conferencia, castigarlo en la pelea y llamar “gallina” al gran Ali.

Tras esa derrota, el argentino buscó y buscó la revancha, para demostrar que podía vencer al gran Muhammad Ali. Sin embargo, esa pelea no se pudo concretar nunca ya que un asesino a sueldo le disparó la noche del 22 de mayo de 1976 en el Mustang Ranch, un cabaret de Nevada, propiedad de Joe Conforte, ex manager de Ringo y el marido de quien se decía era la amante de Ringo, Sally
Esa noche, Oscar habría discutido con un hombre encargado de la seguridad del lugar, Joe Coletti, y aparentemente todo estaba premeditado y planeado por Conforte, al enterarse del romance del boxeador con su esposa, 26 años mayor que Ringo.
Ringo fue enterrado el 30 de mayo de 1976 en el cementerio de la Chacarita con su pecho ahogado en claveles rojos. Unas 150.000 personas pasaron por el Luna Park para despedirlo previamente. Era el último adiós al bueno de Bonavena.
Ringo no fue campeón. Pero siempre fue ídolo y glamoroso. Y aunque muchos lo odiaron y otros lo adoraron, nadie duda que fue uno de los íconos del boxeo argentino.


JOSÉ “PEPE” AMALFITANI

JOSÉ “PEPE” AMALFITANI


Uno se imagina a los próceres cruzando cordilleras, o escribiendo las bases de una Constitución. Este prócer no es más que un hijo de inmigrante italiano dedicado a la construcción. Un estereotipo perfecto de ese lugar en ese tiempo. Uno más con linaje de barco, de esos que llegaban sin mirar atrás. Están el barrio y el Tano que con sueños y determinación, de manera empecinada, busca trascender y acrecentar el sentido de pertenencia al barrio.
Los padres de José Amalfitani fueron inmigrantes de Italia que llegaron a la Argentina, como otros miles, buscando “hacer la América”. Bajaron al puerto de Buenos Aires e inmediatamente buscaron dónde instalarse. Deambularon unos días entre italianos que han empezado a entender el idioma de la ciudad. Por entonces una gran colectividad de llegados desde el sur de Italia se distribuye en racimos compactos y bulliciosos en distintos barrios conservando su idioma y costumbres. A la ciudad de Buenos Aires la promocionaban los diarios de Europa y los registros de la aduana argentina lo atestiguan: cada día, miles de campesinos y desocupados de las ciudades mediterráneas desembarcaban en los puertos argentinos.
No se ha podido hallar el registro del ingreso de Luis Amalfitani y Fortunata Graziadio, padres de José Amalfitani. El mismo realizó un viaje a Italia en búsqueda de sus familiares, pero nada encontró. Es importante tener en cuenta que un gran número de inmigrantes ingresaba por el Riachuelo, donde no se dejaban constancias escritas de los pasajeros que bajaban de los barcos. Se sabe sin embargo que ambos provenían de la región de Calabria, su madre era precisamente de la ciudad de Cosenza.
Vinieron los padres de Amalfitani con sus creencias ancestrales pero también con su presente, con los recuerdos pero con las ilusiones de edificarse su futuro en Argentina. Don Pepe (así se lo conocía a José Amalfitani), fue el primero de los hijos, pero luego vendrían once hermanos más. A él le siguieron diez hermanas mujeres, una detrás de otra, hasta que finalmente llegó el segundo varón, al que llamaron Luis.
A estos nuevos Amalfitani argentinos se les transmitieron costumbres inamovibles, propias de la cultura del trabajo y del ahorro, pero combinadas con aquellas necesarias habilidades para mezclarse con los criollos. A todos sus hijos, Don Luis Amalfitani los crió como italianos bulliciosos en una ciudad que pretendía ser ordenada, pulcra y ahora hasta imperial, pero que a la vez estaba llena de vecinos durmiendo en caños A Torrent o debajo de los puentes.
José Amalfitani nació el 16 de junio de 1894 en un solar ubicado en el cruce de la calle Corrientes y avenida Callao, una esquina con vías férreas a las espaldas. La avenida Callao se había llamado hasta no mucho tiempo atrás “Camino de las Tunas” y era una vía por donde circulaba una nutrida comunidad de italianos de clase media, que se habían organizado alrededor de la próxima Iglesia del Salvador.
Cuando José daba sus primeros pasos la familia se trasladó al barrio de San José de Flores, que entonces era en realidad un poblado más o menos autónomo en las afueras de la ciudad, donde se iniciaron en el negocio de los materiales de construcción. Luis Amalfitani vendía arena, ladrillos y vigas a los recién llegados, quienes con la ilusión de la casa propia edificaron esas casitas típicas de una planta con jardín adelante y una pieza arriba, para que un inquilino cubriera en el futuro el equivalente a una jubilación. En el corralón se acumulaban baldosas rojas, chapas de zinc y azulejos azules.
La electrificación del ramal del ferrocarril de Once a Moreno, el 1 de mayo de 1923, acercó aún más el barrio a la Capital. El tren, la avenida Rivadavia y el arroyo Maldonado cortaron el oeste de la ciudad en dos: norte y sur a cada lado cultivarían sus propias idiosincrasias y personalidades barriales desde entonces diferenciadas entre sí.
José Amalfitani y sus amigos fueron los primeros que jugaron al futbol en los potreros de Flores, aquel pueblo de la capital donde había más campitos que construcciones. A la edad de doce años terminó la escuela primaria en un colegio ubicado en Avda. Rivadavia y Saavedra, donde luego funcionaría la Dirección Nacional de Sanidad Escolar. Como en esa época aún no existía el que iba a ser el club de sus grandes pasiones se había hecho hincha de Racing Club.
El último día de clase en aquella escuela un maestro de apellido Matozas lo castigó por una de sus cabronadas, dejándolo en“penitencia” en el aula, mientras todos los demás festejaban la despedida del año. José, cuando hablaba o escribía era de pocas palabras, pero eso sí, siempre resultaban contundentes; siguiendo ese principio con una tiza escribió en el pizarrón una serie de frases contra el maestro y se fue de la escuela con un portazo y un rosario de insultos, prometiendo que nunca más regresaría; el trato que había recibido era para él a todas luces injusto.
Ya en las primeras viñetas de su vida se pueden ver los trazos que lo caracterizarían: era un chico de carácter protestón y cascarrabias, mandón, pero noble y respetuoso.
Mientras tanto en Floresta había tres muchachos que, como tantos, se reunían en una esquina del barrio, inquietos, dispuestos a materializar una idea: jugar oficialmente al futbol. Carlos Guglielmone, Martín Portillo y Nicolás Marín Moreno se cruzaban todos los días en el pasaje subterráneo a las vías de la entonces estación de tren “Vélez Sarsfield”, camino al Colegio Saturnino Segurola. Fue allí mismo en que la tarde lluviosa del 1 de enero de 1910 decidieron crear un club de futbol: “Argentinos de Vélez Sarsfield”.Originariamente, agregaron a la denominación de la nueva institución “Argentinos” para advertir a la gente que ellos no eran ingleses, como la mayoría de los clubes de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Con el tiempo, lo de “argentino” fue suprimido por redundante y porque, además, dejaron de fundarse clubes con nombres ingleses.
En la Asamblea del 7 de febrero de 1913 se inscribieron diez nuevos socios. Uno de ellos era José Amalfitani. Según los registros, a su ingreso como asociado el club contaba con unos seiscientos socios. Por su carácter y modos de encarar los proyectos el joven Amalfitani produjo una inyección de energía desbordante, que impactó sobre la historia del club inmediatamente.
Don Pepe, juntamente con Juan González fueron designados representantes del club en la Asociación Argentina de Football en 1915, año en que también se rechazó la fusión del club con el de Gimnasia y Esgrima de Flores.
Vélez Sarsfield se convirtió en el primer club que ofrecía una publicación oficial gracias a Amalfitani. La revista de la que se publicaron siete números, se llamaba Vélez Sarsfield, se imprimía a pocos metros de su casa y sirvió como original medio de comunicación para hacer conocer resultados de los partidos y la opinión de un grupo de dirigentes.
El 13 de marzo de 1923, y contando con veintinueve años de edad, luego de un paciente trabajo de anudado de relaciones y conocimiento de las opiniones de su círculo próximo, Amalfitani asumió por primera vez la presidencia del club como premio por haber sido, además, el diseñador del ambicioso proyecto presentado para la mudanza de la cancha.
En esa época, aunque no se plasmaron en hechos sus proyectos, ya estaban claramente organizados en su mente. Poco tiempo después el club dejó el terreno alquilado de Cortina y Bacacay y ocupó formalmente el que sería luego sede de su nuevo estadio ubicado en la manzana comprendida por las calles Basualdo, Ulrico Schmidl, Pizarro y Guardia Nacional, con el compromiso de construir una vereda perimetral.
Cerca del club, pasaba un tren que desde la estación Sáenz Peña llevaba ganado hacia los mataderos del barrio de la Boca, atravesando Villa Luro por la traza de la actual avenida Irigoyen. A esta formación se le agregaban dos vagones los días que había partidos del Club Boca Juniors para transporte de sus simpatizantes xeneizes; de ahí viene el apodo de “bosteros”.
El “Estadio de Basualdo” contaba con tribunas de madera que fueron las primeras techadas en el país y, tras sucesivas mejoras que incluyeron la construcción de las tribunas en sus cuatro laterales y su iluminación, se disputó allí el primer encuentro nocturno del futbol argentino, un verdadero suceso histórico ocurrido el 7 de diciembre de 1928.
Alcira Cristina Imbert había conocido a quien sería luego su esposo cuando tenía trece años y su familia vivía en la casa de Bolaños 46, muy cerca de donde residía José Amalfitani con sus padres y hermanas, luego de mudarse desde el centro de la Capital Federal; allí se vieron por primera vez. Luego, la familia de Alcira Cristina se mudó a la avenida Rivadavia y la calle “Esperanza” (hoy Joaquín V. González) y la familia de Don Pepe fue a vivir a la calle Francisco Bilbao, es decir que las geografía se alejaron y eso hizo que no se vieran durante seis años. Un día se encontraron por el barrio y empezaron a conversar, y poco a poco establecieron un vínculo formal,
José Amalfitani y Alcira Cristina Imbert se casaron el 26 de febrero de 1926. Los festejos de la boda se hicieron en la casa de la novia. Cuando la pareja era joven, iba mucho a los bailes, especialmente a los del Club Italiano del cual Don Pepe y su mujer eran socios. El pasodoble y el vals entusiasmaban a José, a quien también le gustaba oír el tango, especialmente cuando cantaba Azucena Maizani, Libertad Lamarque y Susi Leiva.
Además del futbol, familia y duro trabajo, Don José Amalfitani participaba en política. Una tarde ocupaba una tribuna en la esquina de Lacarra y Rivadavia, cerca de donde había vivido de pequeño, disertando en una campaña organizada por el Partido Demócrata Progresista, al que estaba afiliado. Cuando descendió de la tribuna, alguien lo tomó del brazo y le murmuró al oído: “No concibo que el mal alumno haya superado al buen maestro”. Ya estaba por arrojar su esperable insulto, cuando pudo reconocer a su interlocutor, que no era otro que su maestro Matozas, con quien ahora podían intercambiar las mutuas disculpas por aquel episodio en que José había dejado el colegio. Nunca más había vuelto al colegio, pero ahora se apretaban en un fuerte abrazo, tras el cual nunca más se volvieron a ver.
Durante su juventud, Amalfitani fue demócrata, afiliado al partido alrededor de 1930, en una época en que muchos era filofascistas. Participó activamente en la campaña política cuando Lisandro de la Torre fue candidato a presidente de la Nación; las tribunas de la capital lo tuvieron como orador fogoso y denunciante de los males de la época. Asistía a las reuniones del Consejo Deliberante y de la Cámara de Diputados y recibía los boletines de Sesiones que leía apasionadamente. Esa fue la Escuela donde nutrió sus conocimientos, ya que Don Pepe sólo tenía estudios primarios, y su conducta fue producto de esa formación política que adoptó como un apostolado.
Mientras tanto hizo crecer aquel pequeño club del “lejano oeste” donde burbujeaba y convergía una impresionante explosión demográfica. Amalfitani era un joven que, además de su apasionamiento velezano, hacía periodismo pero, a decir verdad, nada lo marcaba para que sucediera lo que iba a producir.
Era maestro mayor de obras con oficio, aunque sin título, y administraba el corralón de materiales que tenía su padre en Rivadavia 10.000. Estuvo al frente de un café en Floresta, donde los habitués concurrían a disfrutar de su charla. También incursionó en la política como candidato a concejal por el Partido Demócrata Progresista, aprovechando su oratoria. Además le gustaba tanto el teatro que hasta probó suerte como actor; convocó a su grupo de amigos de Flores y preparó la representación teatral de la obra “Gente de barrio”. El mismo, quien representaba el papel de “matón”, ordenó los ensayos, hizo las invitaciones y organizó funciones en casas de familia.
Luego de casado Amalfitani se había retirado a la actividad que le demandaba la administración de los activos que su padre le había legado en el rubro de la construcción. Sin embargo, no se había desligado de lo que sucedía en el club de sus amores. De su retiro voluntario regresaría en 1931. Por esos tiempos, la sede de Vélez Sarsfield se situó en Pergamino y Avda. Rivadavia, y Don Pepe atendía ahí personalmente, algunas veces descuidando su trabajo en el corralón. Allí vendía las plateas y cobraba las cuotas del club. La sede estaba ubicada frente al Cine-Teatro Fénix. El matrimonio Amalfitani vivía ahí, en la calle Pergamino, cuando llegó su primer y único hijo: José Luis Rafael.
En cuanto a Vélez Sársfield, su historia es la misma y muy repetida de muchos clubes nacidos en aquella alborada deportiva de hace un siglo: afanes juveniles, pobreza, modestia de recursos, suscripciones, un sellito, una casilla, grandes esfuerzos, reuniones a la luz de la esquina, desalojos, mudanzas y necesidades de hacerse un lugar donde vivir. La falta de dinero de esas épocas hizo que cuando desarmaron la tribuna y descubrieron que los bulones estaban en mal estado, Amalfitani llegara a un acuerdo con la gente de los Talleres de trenes Liniers, que tenían hornos donde hacían fundiciones, donde esos mismos bulones fueron fundidos a nuevo y recolocados en la tribuna de Vélez.
Se aproximaba el fin de una Argentina “a la inglesa” y la irrupción del peronismo. Don Pepe, por entonces, no tenía mucho dinero, y hasta llegó a hipotecar su casa, lo que no le impedía ayudar a sus amigos.
En 1932, Amalfitani compró en Liniers una extensa superficie de terreno, que pertenecía a la orden eclesiástica de las Hermanas del Divino Rostro, y que tenía el famoso chalet de Penco. El lugar estaba cerca de la imprenta de donde había salido la revista Vélez Sarsfield. Fraccionó lotes y transformó la casa a su gusto. Allí vivió hasta su muerte, en García de Cossio al 5500, junto a la Escuela Primaria Nº 12, “Prof. Ramón J. Gené”. En esa época, Don Pepe se dedicaba a la construcción de casas, además de atender el corralón familiar.
A fines de la década del treinta comenzó el entubamiento del arroyo Maldonado y también la construcción de la avenida General Paz, la que finalmente se inauguró en 1941. La ancha vía que dividía ya Capital Federal de la provincia de Buenos Aires, circunvalando la ciudad, fue desde entonces muy importante para conectar la zona de Vélez Sarsfield y le dio al barrio posibilidades de acceso más fluidas, favoreciendo la llegada de nuevos vecinos.
En 1942 se terminaron los trabajos hidráulicos del Maldonado en la zona, que se habían realizado por tramos, desde la desembocadura en el Río de la Plata. Finalmente el intendente Mariano de Vedia y Mitre, el mismo que hizo el Obelisco, decidió asfaltar sobre el arroyo lo que sería la avenida Juan B. Justo, transformándola en una importante vía de acceso al club Vélez Sarsfield desde el barrio de Palermo.
Cuando en Vélez se produjo el descenso de categoría en los años cuarenta, muchos miembros de su Comisión Directiva consideraban que la institución sólo sobreviviría fusionándose con otro club. Pero no todos pensaban como esos dirigentes. Fue así que un grupo de ellos salió a buscar a Amalfitani para que concurra a la asamblea donde se estaba tratando el tema; él asistió y pidió la palabra pronunciando su famosa frase: “Si me llamaron es para salvarlo, no para matarlo”. Fueron sus palabras las que conmovieron a todos los presentes e incentivaron a que inmediatamente se designara una Comisión Cooperadora, semejante a las que existen en las escuelas, para apuntalar la tambaleante situación. Los participantes del encuentro salieron al final todos juntos de la reunión, cantando alborozados por las nocturnas calles de Villa Luro despertando a los vecinos, hasta que fueron detenidos por la Policía y trasladados a los calabozos.
Momentáneamente presos, aquellos héroes velezanos reflexionaban sobre su situación: el hasta entonces inexpugnable “Fortín”,victorioso en tantas épicas contiendas, había sido vencido por la confiscación judicial y su glorioso campo se convertiría en lotes de 8.66 m de frente para ser subastado. Toda la gloria ganada en goles, gambetas, atajadas y puro coraje, todo parecía quedar perdido. La nómina de 3.393 socios se había reducido a una cantidad cercana al centenar, considerando quienes siguieron pagando su cuota. Pero había hablado Amalfitani y las esperanzas habían renacido.
El descenso que llegó en 1940 resultó en cierto modo “saludable” ya que implicó tocar el fondo para hacer pie. Todos admitían que el Club Atlético Vélez Sarsfield estaba en terapia intensiva, pero en esa situación dramática había surgido la voz firme de Don Pepe Amalfitani: “El Club Vélez Sarsfield no morirá. Yo empuño su bandera. Síganme los que quieran trabajar para salvarlo”.
Al mes de aquella asamblea que se movía entre el final real y las ilusiones de grandeza, el 26 de enero de 1941, otra asamblea de socios designó presidente a José Amalfitani. Cargo que desempeñaría hasta el final de sus días, ya que sería elegido por aclamación de las asambleas período tras período.
En aquellos momentos de aguda crisis, varios socios se reunían diariamente en busca de una solución. En uno de aquellos “concilios”Amalfitani se puso de pie y golpeándose el pecho a la italiana lanzó esta frase entusiasta: “¡Señores, voy a llevar otra vez el club a primera división y al lugar que ambicionamos!” y entre aplausos y abrazos se puso a recolectar billetes para comenzar las obras comprometidas.
Fue una época de mucha ansiedad y trabajo. Amalfitani, preocupado, llegaba a su casa de madrugada y casi no dormía. Se había comprometido a resucitar ese club que muchos daban aun por muerto y tenía que cumplir con su palabra. En los momentos más desesperantes era el optimista, el corajudo, el que le ponía el pecho a las balas. Avaló con sus propios bienes la deuda existente hipotecando la casa donde vivía y así salvó momentáneamente la angustiosa situación. Un acta firmada el 1 de noviembre de 1941, dice lo siguiente: “El señor José Amalfitani se constituye como fiador, en carácter solidario, como principal pagador, de todas las obligaciones del Club Vélez Sarsfield desde la firma del presente convenio, entendiéndose expresamente que el incumplimiento de una sola, cualquiera de las cláusulas de éste, autoriza a los acreedores a exigir el total de la deuda”. En principio sólo él se responsabilizó con su patrimonio personal y, posteriormente, se fueron acoplando otros integrantes de la comisión.
El 7 de diciembre de 1941 se realizó una gran kermese “Despedida del Fortín” con baile y entretenimientos que escenificaban la despedida del lugar que los había cobijado por casi dos décadas, pero que también denotaba la aparición de Amalfitani recolectando fondos para continuar avanzando hacia el futuro.
Una anécdota de los tiempos complicados, a comienzos de la década de los años cuarenta, ilustra a José Amalfitani: un grupo de chicos del barrio estaba sentado en la puerta de una casa, cuando apareció Don Pepe, muy entristecido…
¿Qué le pasa, Don José? – le preguntaron.
Estoy mal. Perdimos, descendimos y nos quedamos sin cancha. Ahora necesitamos plata. ¿Ustedes son socios?
No – respondieron.
¿No? Mañana mismo les voy a traer unas solicitudes para que se hagan socios y ayuden al club.
Efectivamente, al otro día fue un colaborador de Don Pepe a la casa de uno de esos chicos, con un sobre con las planillas. Uno de los pibes, de apenas ocho años, se ocupó de juntar los cincuenta centavos anuales por cada uno de los chicos y un peso anual por su padre y se dirigió a la sede del club con los formularios completados y firmados, allí encontró a Don Pepe:
- ¿Trajiste la plata? – le preguntó
Sí, pero quiero mis carnets – contestó el avispado asociante.
¿Tenés las fotos?
No
Bueno, la plata se queda acá. Cuando consigas las fotos te preparo los carnets y, en retribución por tu trabajo, mientras yo sea presidente vas a entrar a la platea gratis.
Y de ese modo empezó el verdadero renacimiento, con los pibes del barrio, con los que ahora honran al club como socios vitalicios
Luego del desalojo comenzó la búsqueda de un nuevo terreno donde instalar el campo de juego. El Ferrocarril Oeste poseía una extensión de tierras que se consideró apropiada, por donde pasaba el cauce del Arroyo Maldonado; en la misma ubicación que el club ocupa actualmente estaba el patio trasero de los talleres ferroviarios, un sector que no se utilizaba porque el agua desbordaba del Arroyo Maldonado y formaba una laguna o al menos un pantanal donde los pibes del barrio pescaban.
Vélez Sarsfield estaba en Segunda División y sin cancha. ¿Adónde jugar? Se sabe que las autoridades del Ferrocarril Oeste, todavía propiedad de capitales ingleses, cedieron a muy bajo precio el “pantano del Maldonado”, que eran terrenos anegadizos que todo el mundo los consideraba irrecuperables, excepto José Amalfitani y un grupo de colaboradores.
Dado que aquel solar era, cuando se inundaba, una ciénaga espantosa que llegaba a tener 3 metros de profundidad, resultaba imperioso rellenarla antes de encarar cualquier edificación. Como la Municipalidad trabajaba en el entubamiento del Arroyo Maldonado sobre la Avda, Juan B. Justo circulaban constantemente camiones sacando tierra. Don Pepe montaba guardia en distintos puntos estratégicos detectando los vehículos que venían desde General Paz con destino al Club San Lorenzo de Almagro. El cruce de las avenidas Lope de Vega y Gaona era clave y en ese sitio era donde la recolección de tierra de relleno era mejor: por 5 pesos los camiones “cambiaban” el rumbo para desembarcar su relleno en Liniers, en vez de en el barrio de Boedo.
Don Pepe iba de acá para allá, ya que la tarea de enterrar las locomotoras en el pantanal tenía sus complicaciones. Las nuevas piezas que iban enterrándose en el barro servían luego de apoyo para que pasara la siguiente, pero la tarea debía coordinarse cuidadosamente. Una vez desecados los terrenos y volcadas las locomotoras, fue necesario rellenarlos. Según se dice, se necesitaron 77.000 metros cúbicos de tierra para rellenar aquel pantano; 20.000 camiones de tierra rellenaron los 35.000 metros cuadrados de la laguna de Reservistas Argentinos y Gaona. Más de 100.000 metros cúbicos de tierra fueron necesarios para nivelar luego el terreno. Además de tierra había locomotoras enterradas, carbón de máquina y basura de los talleres. Como también adoquines que habían sido levantados de la avenida Rivadavia.
Una vez preparado el terreno se comenzó con el sembrado del césped de la cancha y la construcción de las primeras graderías. Para ello fue necesario transportar las viejas tribunas de madera de la cancha de Basualdo, las que fueron prolijamente desarmadas y vueltas a armar en Liniers. Muchos socios recorrían las casi 20 cuadras que separaban ambas canchas transportando al hombro los pesados tablones.
Así estaban las cosas cuando se inauguró el estadio en aquel amistoso contra River Plate, en el cual se enfrentaron también dos modos de ver el futbol y el país: los millonarios, los cuellos blancos, en contraposición con la barriada humilde y laburante, con los de overol. El resultado fue un empate 2 a 2. Ese 11 de abril de 1943 el barrio estuvo de fiesta.
Una semana después, de la mano de Victorio Spinetto como técnico, Vélez obtuvo el ascenso a primera división. En la temporada siguiente se comenzó la construcción de la primera tribuna de cemento ya que la reglamentación de la AFA requería una capacidad mínima para validar el ascenso.
Las obras del estadio habían comenzado no obstante un año antes de aquel partido, en 1942, a cargo de la empresa constructora Curuchet, Olivera y Giraldes, que aceptó el aval que se le ofreció: la amistad de Don Pepe. Antes de la terminación de la misma, ya se había realizado el pago total.
Podemos separar la actividad de Amalfitani en Vélez Sarsfield en dos etapas. La primera tuvo lugar hasta 1940, año en que el club entró en terapia intensiva y hubo que darle electroshocks para sacarlo de la muerte. Fue Amalfitani quien se encargó de volverlo a la vida, dando origen a la segunda etapa, junto a todos los que siguieron, empujaron y apoyaron. El cambio fue de la mentalidad, de la forma de ver los problemas de una institución en la Argentina. Había que ser muy fuerte para que los poderosos no se llevasen todo por delante y eso iba a ser difícil, pero no imposible.
Desde que ocuparon los terrenos en Liniers, en dos décadas se hicieron una pileta olímpica para el campeonato sudamericano y dos piletas más accesorias, canchas de vóley, un estadio de cemento con cancha auxiliar, una tribuna alta, pistas de baile, gimnasios debajo de esa tribuna, la platea alta que da sobre el lado de Juan B. Justo, salas de ajedrez, ping-pong y un salón de usos múltiples, entre otras obras. Todo se hizo con el dinero recaudado mediante cuotas de dos pesos y buena administración.
Amalfitani era un hombre carismático y creíble, porque un día le decían “amarrete” y al siguiente le reconocían los efectos de esa sanidad de balances. Trabajaba casi todo el día y cualquiera que quisiera hablar con él simplemente se acercaba y lo hacía. No había que pedir audiencia mientras se tratara de reuniones para hacer.
Don Pepe tenía alma de laburante y contagiaba con el ejemplo. No sólo pedía donaciones, sino que además solicitaba siempre que cada cual las llevara por sus propios medios, ya sea en carretilla, baldes o como se pudiera, con el subliminal objetivo de que al ver ese comportamiento se estimulara a otros vecinos a hacer lo mismo. Entonces, uno podía ver al carnicero cargando una pila de ladrillos pasando por la barrera de la calle Barragán y luego, más allá, a un capataz de los talleres con una carretilla con clavos y arena cruzando el puente de Gallardo sobre el Maldonado, y no podía menos que emularlos.
La elocuencia de Amalfitani se basaba en una palabra fluida y simple, pero sobre todo en las acciones, y el consejo que sacaba de la galera era una y otra vez hacer algo más, algo que los demás consideraban imposible. Así, los hechos hablaban más que Don Pepe. Eso permitió tomar medidas audaces o poco habituales en el medio, como cuando Vélez privilegió a los jugadores que venían de las inferiores y logró que ellos cultivaran la cualidad romántica del amor a la camiseta, que ya se perdía en aquellos años. Les conseguía trabajo a los jugadores, ya fuera en el correo, en una carnicería, en algún negocio, pero siempre con la condición de que los dejaran entrenar y jugar al fútbol.
En esos primeros años de lucha de la “época Amalfitani” no se escatimaban esfuerzos para reunir los fondos necesarios para la evolución de la entidad. Don Pepe se acercaba al que recién ponía un negocio en Liniers y le decía: “pibe, vos me tenés que poner un aviso” y así se hacía: se exhibía el aviso detrás del arco o en un costado y todos los meses el propio Amalfitani aparecía a cobrar la publicidad.
Si bien José Amalfitani dejó una sólida posición económica, era un hombre cauteloso con el dinero, vivía de algunas rentas, tenía tres o cuatro propiedades importantes que alquilaba y, además, algunos ahorros. Su empresa la administraban sus familiares, mientras él se ocupaba principalmente del club. Su empresa constructora construyó en el Complejo de Chapadmalal, el Colegio N. Sra. de las Nieves y varios edificios de departamentos sobre avenida Rivadavia y sobre la calle Concordia, entre otros.
Cuando las habituales reuniones gastronómicas que realizaba los viernes en su casa resultaron insuficientes en “recaudaciones”programó en Vélez numerosos asados. “Hoy tenemos que juntar unos 300.000 pesos, porque necesitamos comprar cemento”, anunció un día a los que lo rodeaban. Luego, levantó el teléfono y le habló a un amigo: “Me faltan 100 litros de vino para el asado. Estás invitado. Cuento con ellos”. Le habló a otro: “Necesito cincuenta kilos de carne porque hoy viene el Intendente y preciso de su aporte”. Recorrió el Mercado de Liniers, la panadería, la carbonería y todos los comercios que pudieran aportar algo. Y a las dos de la tarde tenía más de cien personas en la mesa que escuchaban sus pedidos. La idea se le había ocurrido el día anterior, haciendo primero las invitaciones y después los pedidos y, en sólo 24 horas, Don Pepe recaudó lo que necesitaba para seguir construyendo. En Vélez, peso que entraba, peso que se invertía en ladrillos.
Cuando Amalfitani invitaba a un asado, todos temblaban, porque le pedía a todo el mundo, tarde o temprano. A Guzmán los chorizos; al bar de Ramón Falcón, la cerveza a cambio de un cartel en el estadio, y al que no podía “cobrarle” el ingreso, le cobraba la “salida”,pasando mesa por mesa con la libretita por todos conocida: “¡Bueno, tenemos que hacer una pared y un vestuario y le agradezco a Don Marvaso las cincuenta bolsas de material que me acaba de regalar!”. Todos aplaudían y entonces la pobre víctima decía: “Si, ¡cuente con eso Don Pepe!”.
Sin embargo, la escena era en realidad algo que ya habían acordado previamente: el resto, para no ser menos, empezaba a ofrecer diez, cinco o cuatro bolsas. Invariablemente, el lunes siguiente al asado, Don Pepe buscaba a cada uno y les recordaba: “Vos dijiste que me mandabas diez bolsas”. Así conseguía los materiales, y en pocas semanas la obra era un hecho.
Amalfitani era una persona con un carisma especial al que era difícil decirle que no. Lo querían y lo respetaban en el barrio. Los vecinos veían que hacía obras y que nunca se había guardado un peso. “Mangaba”, que es la palabra que según dicen algunos filólogos del lunfardo inventó Don Pepe, pero se sabía que el dinero iba a volver para todos. Los obreros también lo respetaban mucho y solía comer el choripán del mediodía junto con ellos en un ranchito que estaba frente al club, donde ahora está la rotonda, que decían era atendido por un descendiente de Juan Manuel de Rosas.
Una de sus frases era: “Los ladrillos son más importantes que los campeonatos” y no era sólo una frase. Quizás para Amalfitani el futbol era secundario, un “accidente”, ya que lo importante era contar con una organización con fortaleza. Cuando se llegó el campeonato de alguna manera se demostró “empíricamente” que su modelo de trabajo también funcionaba: el club logró progresar y superarse ampliamente a sí mismo, aunque en forma paulatina, haciéndose desde abajo.
Muchas veces desaparecía durante los partidos de futbol: estaba haciendo socios a simpatizantes que eran “pescados” en la tribuna por un grupete de colaboradores que los extraían de las tribunas y los enviaban a las oficinas.
En Vélez Sarsfield no se malgastaba dinero para comprar jugadores por el solo hecho de satisfacer a la hinchada. No existía un predominio de los hinchas y simpatizantes por sobre los socios. Aunque fuera artesanalmente, se practicaba el más ortodoxo, sencillo y saludable gobierno al modo de un tendero.
Cuando se tuvo el estadio en pie, vino la etapa de las frecuentes inauguraciones. Los albañiles nunca abandonaban el lugar; simplemente se trasladaban de un sitio a otro, iniciando y terminando obras.
Cuentan que un hincha se acercó a Amalfitani, pidiéndole más gloria y más éxito y no tanto ladrillo y obra. A lo que Don Pepe replicó:“Si querés un campeonato, hacete hincha de Boca”.
Tal era su fama de economista que cuando algún dirigente del futbol iba a ver al entonces presidente Juan Domingo Perón y a pedirle fondos, él les decía: “¿Por qué no van a ver a Don Amalfitani y hacen lo mismo que hace él?”.
A pesar de sus buenas relaciones, durante el primer período de gobierno del general Perón, Amalfitani evitó con mil sutiles excusas poner su busto o el de Evita en el club, algo que muchos le reclamaban; no obstante, Perón lo respetaba mucho, además entre él y el general Perón existía una afinidad por ser prácticamente de la misma edad, además de que entre ellos existía un vínculo personal, familiar y hasta significativo en la historia del peronismo.
Siendo presidente de la Nación, Perón le dio a Vélez Sarsfield 9 millones de pesos para invertir en el estadio. Originariamente había querido hacerlo en el club Liniers, pero como este club estaba controlado por radicales, finalmente optó por darle los fondos a Vélez Sarsfield. Con ese préstamo se continuó reemplazando la estructura de madera traída de Basualdo y se empezó a hormigonear. A cambio el club cedió un sector donde ahora está la pequeña circunvalación frente a la cancha.
El vínculo Perón-Amalfitani se daba más en los encuentros familiares o íntimos a los que concurrían los parientes de su esposa, Alcira Imbert. Algunos cuentan que durante esa primer presidencia de Perón, Amalfitani entró al vestuario y les planteó a los jugadores reunidos lo siguiente: “el que hoy le hace un gol a Racing se queda sin laburo al final del partido”. Verdad o no, ese día Vélez Sarsfield perdió 2 a 1. Si bien Conde hizo un gol, Amalfitani se olvidó sabiamente de su amenaza. Se había decidido “desde arriba” que ese año Racing Club tendría que resultar campeón por razones políticas.
Existe la versión de que cuando se acercaba el final de su segundo gobierno interrogaron al general Perón sobre quien sería su mejor continuador y propuso que fuera Don Pepe: “Amalfitani es el mejor economista del mundo”, habría dicho, pero la historia no permitió que esa idea tuviera lugar.
Estadio José Amalfitani
Mientras tanto en el estadio, rápidamente el hormigón reemplazó a la madera y el 22 de abril de 1951, antes de comenzar la segunda fecha del torneo, se inauguró formalmente el estadio de cemento de Liniers, a excepción del codo noreste, inaugurado unos meses más tarde.
Así el club se fue convirtiendo en uno de los que más comodidades ofrecían a sus asociados y sus jugadores. Pocas instituciones de la época aventajaban a Vélez Sarsfield en ese aspecto. Esta conducta ejemplar de la que José Amalfitani fue abanderado, tan distinto de los políticos que hacen “bandera” en el futbol, condujo al club a una realidad que pocos podían comprender acabadamente aunque la receta debería ser simple de imitar.
La buena relación casi familiar entre Perón y Amalfitani favoreció que el gobierno prestara especial atención a los clubes. El 3 de noviembre de 1952 mediante la Ley 14.167 el Congreso Nacional autorizó la venta de inmuebles del Estado a varios clubes que los ocupaban, entre ellos Vélez Sarsfield.
En 1954 Don Pepe llevó a cabo la construcción del primer natatorio olímpico de América. La obra constaba de una pileta de natación de tamaño olímpico: 50 metros de largo, 18 de ancho, ocho andariveles de medida máxima, torre para saltos ornamentales con trampolines a uno, tres, cinco y diez metros de altura, más dos natatorios auxiliares, tribuna de hormigón para 2.000 espectadores, iluminación y todas las construcciones complementarias.
Una costumbre que Amalfitani no perdía con los años era la de recorrer regularmente los negocios de Liniers pidiendo colaboraciones a cambio de publicidad, ya sea en monedas o consiguiendo un trabajo para algún jugador que estuviera necesitado.
“Ahora vamos a poner la piedra fundamental para una universidad tecnológica que funcionará dentro del club”, declaró Amalfitani en un momento en el que nadie pudo entender cabalmente el alcance y significación de sus palabras. Ara su próximo anhelo, sumado a la habilitación de un nuevo sector de plateas con 12.000 localidades, que estuvo lista un año después.
Para Don Pepe el futbol en el club era un deporte más y lo trataba como tal, considerándolo profesionalmente. Por eso no necesitaba campeonatos para expandir, tranquilizar o capitalizar al club.
Cuando cumplió 25 años como presidente se realizó una cena en su honor. En un reportaje que concedió en aquella ocasión, contestó al periodista de la siguiente manera: “Vea, mi amigo, si usted quiere hacerme un reportaje, hágalo, pero mi deseo es seguir en silencio. Yo no quiero nada de eso. Ni siquiera quiero el homenaje que están preparando por mis 25 años de presidente en forma consecutiva. No, a mi eso no me interesa. En 53 años de dirigente preferí hacer antes que hablar. Escuche bien esto que le voy a decir: los que hacen son los que no hablan”.
El relato sigue así: “Don José Amalfitani dejó los anteojos en el medio de la nariz, prendió uno de los cuarenta cigarrillos que fumaba por día y, mientras miraba por una ventana hacia las canchas de básquet, agregó:
¡Qué homenaje ni ocho cuartos! ¡Qué reportaje y macanas! ¿Puedo recibir más homenaje que éste que veo todos los días? ¿Puedo lograr una felicidad mayor que el de ver que este potrero convertido casi en una ciudad? Mire los pibes, venga, acérquese, mire. ¿Y? ¿Me va a decir que un homenaje puede significar más para mí que esto? ¡Por favor!”
Tras la caída del general Perón se detuvo la sesión de los terrenos para la construcción del Polideportivo que se había debatido días antes del golpe, cuestión que se resolvería recién con el decreto 26 firmado por Perón durante su tercer mandato.
En Vélez se hizo el proceso al revés que en la mayoría de los clubes de futbol que montaron notables instituciones haciendo, primero, grandes equipos para después abocarse al desarrollo institucional. Embarcados en la “farándula” de los cracks, para los cuales debieron gastar enormes fortunas; nunca llegaban a retener un peso para construir la institución. Pocas de ellas pueden aún hoy en día llamarse equipos de futbol y clubes, a un mismo tiempo.
Vélez Sarsfield era uno de los pocos clubes donde todos los empleados cobraban a fin de mes. Se había recibido un préstamo que el presidente Perón les había dado a todos los clubes, y el único club que pagaba puntualmente lo que tenía que pagar era Vélez Sarsfield. El pago de ese préstamo era “sagrado” para Amalfitani, que, como sabemos, no adhería a los gestos de obsecuencia ni era peronista.
Finalmente, en 1968 Vélez, había nacido como club para intentar un campeonato oficial. Ese año el Torneo Metropolitano lo había ganado el Club San Lorenzo de Almagro y ahora el Campeonato Nacional de Futbol finalizaba con Racing Club, River Plate y Vélez Sarsfield al tope de la tabla de posiciones. La situación obligó a disputar un torneo entre los tres equipos para consagrar al campeón.
La gloria le correspondió al equipo de Liniers: el 29 de diciembre obtuvo el primer torneo de su historia en la cancha de Boedo. Amalfitani, a pesar de que estaba en cama en ese momento debido a su enfermedad, había cumplido su palabra, otra vez. Su sueño, de algún modo, se había cumplido: un gran y fuerte club ahora era el campeón.
Una anécdota final lo muestra de cuerpo entero a Don Pepe: llegado el momento de la partida del micro que trasladaría a los jugadores desde Liniers hasta el “Gasómetro” se declaró una huelga en la que todos los jugadores, a excepción de Daniel Willington (a quien Don Pepe quería y cuidaba como a un hijo), se negaron a jugar sin pactar previamente las condiciones en caso de triunfar. Los asistentes llamaron a José Amalfitani por teléfono a su casa, que los escuchaba atentamente sin decir nada, hasta que le preguntaron qué medida había que tomar. Inmediatamente les respondió con un seco: “Que vaya la Tercera División, ¡carajo!” y cortó la comunicación. Y téngase en cuenta que no era un partido más, sino que Vélez Sarsfield disputaba una final que podía llevarlo al primer campeonato de su historia. Sabemos que la historia tuvo un final velezano, que la huelga se levantó previa amenaza boxística del “cordobés” (apodo de Daniel Willingon) y otros.
De esta manera la barriada humilde coronaba así su “época dorada”; los socios se habían multiplicado exponencialmente y el club tenía amplias instalaciones para cobijarlos. La humilde visión artesanal de un hijo de inmigrantes italianos vencía al dólar y a la libra esterlina, al menos una vez.
Don Pepe no se olvidó de la huelga, ni de los reclamos, ni del triunfo: cuando Vélez Sarsfield salió campeón se hicieron grandes festejos, en los que se cobraba entrada y la recaudación fue para los jugadores.
Pocos días antes del fallecimiento de Amalfitani, en un partido amistoso disputado el 6 de diciembre contra el Santos de Pelé, Vélez Sarsfield inauguró en su cancha la mejor iluminación de América en campos deportivos para la época.
En diciembre de 1968, la enfermedad comenzó a minarlo lentamente. Don José Amalfitani tránsito la misma con valor, hasta que falleció el 14 de mayo de 1969. Sus restos fueron velados en la sede del club, entre las paredes que levantó con su gigantesco esfuerzo, rodeado de varias generaciones que él mismo agrupó junto a la bandera velezana, cuyos colores engrandeció a través de su vigente lema: ¡Visión, fe, trabajo, honestidad y sacrificio!.
Inicialmente fue sepultado de manera provisoria en el Cementerio de Flores hasta que en 1972, al cumplirse el tercer aniversario de su fallecimiento, se lo trasladó a Chacarita, a un mausoleo levantado especialmente en su memoria.
Además de dedicarle el mausoleo, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) tomó la fecha de su fallecimiento, el 14 de mayo, para instituir “El Día del Dirigente Deportivo”.
Amalfitani demostró que hay un modo posible de hacer las cosas, que no requiere millones, pero sí de trabajo en equipo, de una afinada coordinación de recursos y de una intensa pasión. Es, paradójicamente el modo de hacer que las grandes mayorías del pueblo tienen a su disposición, pero al que rara vez acceden. En ese sentido, Don Pepe fue un adelantado a su época, un Quijote, un ejemplo.
Pero ¿quién dijo que murió Amalfitani? Si todos los días está llegando a Vélez Sarsfield…
FuenteEfemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Kiektik, Mario – Relato extractado de su obra: “José Amalfitani – Denuedo de una barriada porteña” – Editorial Imaginante – Buenos Aires (2013). (El libro puede adquirirse en la sede del Club Atlético Vélez Sarsfield).
Portal www.revisionistas.com.ar

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martes, 25 de agosto de 2015

"Don Verídico" JULIO CESAR CASTRO

        "Don Verídico"         

JULIO CESAR CASTRO




Julio Cesar Castro
Se hizo humorista en 1959 libretando programas radiales para actores de la Comedia Nacional: Alberto Candeau, Enrique Guarnerio, Nubel Espino, Juan Manuel Tenuta, etc.

En 1962 crea su personaje “Don Verídico”. En los inicios de la década del setenta, escribe para el semanario “Marcha”, la revista “Misia Dura”, y varios diarios montevideanos. Su cuentos han sido publicados por las editoriales Arca, Calicanto e Instituto Nacional del Libro de Uruguay, y Ediciones de la flor e Imaginador de Buenos Aires.

Fue colaborador permanente de la revista literaria “Crisis”, de Buenos Aires, dirigida entonces por Eduardo Galeano, así como en las revistas “El Porteño”, “Siete Días”, “Folklore”, etc. En la revista “Guambia” de Montevideo publico distintas secciones durante 20 años.


Como autor de teatro se destaca con “La última velada” (Teatro Circular de Montevideo), “El contrabajo rosado” (Teatros Larrañaga de Buenos Aires y Arteatro de Montevideo), “Están deliberando” (Teatro Abierto, Buenos Aires ), y varias adaptaciones de sus cuentos para elencos de Uruguay y Argentina. En el vecino país, libretó para la televisión a Tato Bores, Cipe Licosky, Rudy Chernicof, Moria Casán, entre otros, y durante 25 años a Luis Landrisicina. En la sala Payro 2 de Buenos Aires, Juceca estrenó “Socorro Don Verídico”, con actuación de Nidia Telles y Juan Manuel Tenuta, con la dirección de Villanueva Cose. Por su parte la actríz Dahd Sfeir, desde hace más de 20 años incluye textos de Julio César Castro en su más exitoso unipersonal.

En calidad de actor y autor, Juceca protagonizó "El cuento perdido" en Teatro Circular de Montevideo, con dirección de Héctor Manuel Vidal, y "Cien pájaros volando" en Teatro El Galpón, con la dirección de Horacio Buscaglia. Aplaudido por la crítica y el público, continuó realizando sus espectáculos unipersonales en diversas salas de capital e interior del país.

En 2003 hizo su debut como coguionista y actor cinematográfico en la película El Viaje hacia el Mar, encargándose de los diálogos en la adaptación del cuento de Juan José Morosoli junto al director Guillermo Casanova. Juceca encarnó al personaje de "Siete y Tres Diez".

Falleció el jueves 11 de setiembre de 2003 en Montevideo, Uruguay.

Fuente: www.uruguaytotal.com

Fuente: www.lagazeta.com.ar ¡GRACIAS!

domingo, 23 de agosto de 2015

ANATOLI ONOPRIENKO “LA BESTIA DE ZHITOMIR"

ANATOLI ONOPRIENKO
“LA BESTIA DE ZHITOMIR"



"No hay mejor asesino en el mundo que yo. No me arrepiento de nada, y, si pudiera, sin duda volvería a hacerlo..."

El lunes 23 de noviembre de 1998, se iniciaba en la ciudad de Zhitomir (ex Unión Soviética) el juicio de un ucraniano acusado de haber asesinado a 52 personas, ante la celosa mirada de un público enloquecido que reclamaba la cabeza del acusado. Su calma contrastaba con la emoción de todos los presentes en la sala, en su mayoría jóvenes.


Después de confesar en una declaración entregada a la prensa por su abogado antes de la apertura del juicio, que no se arrepentía de ninguno de los crímenes que había cometido, Anatoli Onoprienko respondía dócilmente a las preguntas del juez, reconociendo haber asesinado a 42 adultos y 10 niños entre 1989 y 1996.

La acusación ha pedido la pena de muerte, cuyo mantenimiento apoyan tres de cada cuatro ucranianos, según las encuestas, pero el verdadero problema en este complicado juicio, es impedir que el público linche al acusado.


El juicio fue uno de los más complejos y costosos de la historia de la justicia ucraniana. Más de 400 testigos y centenares de especialistas pasaron por el estrado. El peritaje médico lo ha calificado como perfectamente cuerdo que puede y debe asumir las consecuencias de sus actos.

El mismo se definía como un "ladrón" que mataba para robar. La acusación pidió pena de muerte para Onoprienko. Incluso, el presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dio explicaciones al Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de ejecución de la pena de muerte que su país mantiene desde marzo de 1997.
Finalmente, se le declaró culpable; sin embargo, la pena de muerte le fue conmutada por cadena perpetua, hasta el 18 de septiembre de 2011, cuando fue liberado bajo fianza.


Las autoridades le describen como el asesino más terrible de la historia en Ucrania y de la antigua Unión Soviética, mientras que las familias de las numerosas víctimas lo califican de "animal", "ser monstruoso" y "bestia demoníaca".


Los hechos se producían entre octubre de 1995 y marzo de 1996. En aquellos seis meses, la región de Zhitomir vivió aterrorizada por una serie de 43 asesinatos que Onoprienko había ido sembrando.

La Nochebuena de 1995 se produjo el ataque a la aislada vivienda de la familia Zaichenko. El padre, la madre y dos niños muertos y la casa incendiada para no dejar huellas fue el precio de un absurdo botín formado por un par de alianzas, un crucifijo de oro con cadena y dos pares de pendientes. Seis días después, la escena se repetía con otra familia de cuatro miembros.

Víctimas de Onoprienko aparecieron también aquellos seis meses en las regiones de Odesa, Lvov y Dniepropetrovsk.

Estas matanzas incitaron a la segunda investigación delictiva más grande y complicada en la historia ucraniana (la primera había sido la de su compatriota Chikatilo), El gobierno ucraniano envió una buena parte del Guardia Nacional con la misión de velar por la seguridad de los ciudadanos, y, como si el despliegue de una división militar entera para combatir a un solo asesino no fuera bastante, más de 2000 investigadores de la policía federal y local. Los policías empezaron a buscar a un personaje itinerante y elaboraron una lista en la que figuraba un hombre que viajaba frecuentemente por el sudoeste de Ucrania para visitar a su novia.


Con la policía tras su pista, Onoprienko puso tierra de por medio en 1989 abandonando el país ilegalmente para recorrer Austria, Francia, Grecia y Alemania, en dónde estaría seis meses arrestado por robo y luego sería expulsado.

De regreso a Ucrania sumó a los nueve otros 43 asesinatos, y poco después, ante las pruebas encontradas por los agentes en los apartamentos de su novia y su hermano (una pistola robada y 122 objetos pertenecientes a las víctimas), hallaron una razón para arrestarlo. Cuando la policía le pidió los documentos en la puerta de su casa, Onoprienko no les quiso facilitar la tarea, e hizo un esfuerzo en vano por conseguir un arma y defenderse. Cuando los policías por fin lo detuvieron, Onoprienko se sentó silenciosamente cruzando los brazos y les dijo sonriendo: "Yo hablaré con un general, pero no con ustedes,". Aún así, no le quedó más remedio que confesar sus crímenes y dejar que éstos le arrestasen.

En su declaración al juez, aparecerían otros nueve cadáveres cosechados a partir de 1989 en compañía de un cómplice, Sergei Rogozin (quien también compadecería en el juicio)...

Anatoli Onoprienko ha seguido los pasos del legendario Andrei Chikatilo. Ambos mataron al mismo número de víctimas, pero son muy diferentes. Chikatilo, ejecutado en 1994, era un maníaco sexual. Sólo mataba mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y mutilaba. A veces se comía las vísceras. Nada de esto aparece en el dosier de Onoprienko, un ladrón que mataba para robar, con inusitada brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del maníaco sexual. Onoprienko supera a Chikatilo por el corto periodo en que realizó su matanza: seis meses frente a doce años.

Cuando ejecutaba a sus víctimas, el asesino seguía un mismo ritual: elegía casas aisladas, mataba a los hombres con un arma de fuego y a las mujeres y a los niños con un cuchillo, un hacha o un martillo. No perdonaba a nadie, después de sus asesinatos cortaba los dedos de sus víctimas para sacarles los anillos, o a veces quemaba las casas. Incluso mató a un bebé de tres meses en su cuna, asfixiándolo con una almohada.

Onoprienko, de 39 años, estatura media, aspecto de deportista, racional, educado, elocuente, dotado de una excelente memoria y desprovisto de piedad. Soltero de 39 años, padre de un niño, reconoció haber tenido una infancia muy difícil: su madre había muerto cuando él tenía 4 años, y su padre y su hermano mayor lo habían abandonado en un orfanato. De adulto, para ganarse la vida, se había embarcado como marino y había sido bombero en la ciudad de Dneprorudnoye (dónde su ficha laboral le describe como un hombre "duro pero justo"). Luego había emigrado al extranjero para trabajar de obrero durante ese tiempo, pero confesó que su fuente primaria de ingreso era crimen los robos y asaltos.

El peritaje médico lo ha calificado como perfectamente cuerdo que puede y debe asumir las consecuencias de sus actos. Él mismo se define como un "ladrón" que mataba para robar: "Mataba para eliminar a todos los testigos de mis robos".
Por este motivo puede ser condenado a la pena capital por crímenes premeditados con circunstancias agravantes. El presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dijo que dará explicaciones al Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de ejecución de la pena de muerte que su país mantiene desde marzo de 1997.


Gracias al convenio con el Consejo de Europa, 81 penas de muerte dictadas últimamente en Ucrania no se han ejecutado. La declaración del presidente Kuchma anuncia que se va a hacer una excepción con Onoprienko.

En un momento determinado de la investigación, el acusado afirmó que oía una serie de voces en su cabeza de unos "dioses extraterrestres" que le habían escogido por considerarlo "de nivel superior" y le habían ordenado llevar a cabo los crímenes. También aseguró que poseía poderes hipnóticos y que podía comunicarse con los animales a través de la telepatía, además de poder detener el corazón con la mente a través de unos ejercicios de Yoga.

¿Enfermo mental o maníaco homicida? Lo primero podría declararlo inimputable, y lo segundo, condenarlo a la pena capital... el juicio, actualmente en curso, parece seriamente complicado.


Los psiquiatras sin embargo han diagnosticado que el hombre está perfectamente "cuerdo" y la mayoría quieren que pague por los homicidios. El mismo Onoprienko resumía así la filosofía de su carnicería: "Era muy sencillo, los veía de la misma forma en que una bestia contempla a los corderos".

Falleció en la cárcel de Zhytomyr el 27 de agosto de 2013, a los 54 años, a consecuencia de un ataque al corazón.


sábado, 22 de agosto de 2015

EL PROFETA EZEQUIEL

EL PROFETA EZEQUIEL



Ezequiel (vivió s. VI AC ). Ezequiel fue un sacerdote y profeta hebreo, ejerciendo su ministerio entre 595 y 570 a.E.C., durante el cautiverio judío en Babilonia. Protagonista y autor en parte del libro bíblico de Ezequiel, comenzó a profetizar a los judíos en Palestina c. 592 AC , anunciando el juicio de Dios sobre una nación pecadora. Fue testigo de la conquista de Jerusalén por BABILONIA y del éxodo de sus compatriotas israelitas al cautiverio. Ofreció una promesa de restaurar Israel en su famosa visión de un valle de huesos secos que revivirían. Concibió una comunidad teocrática organizada en torno a un templo restaurado en Jerusalén.

Sus profecías se encuentran en el Libro de Ezequiel, siendo su mensaje fue de reverencia para con la santidad de Dios e incluyó reflexiones sobre la futura reconstrucción del Templo de Jerusalén, enfatizando asimismo la responsabilidad moral de cada individuo.

A diferencia de otros profetas, Ezequiel tuvo importantes revelaciones en forma de visiones simbólicas que le fueron transmitidas por Yahvéh. Ezequiel provee descripciones detalladas de sus visiones. En su primera visión, Ezequiel percibió el tetramorfos, es decir, los cuatro seres vivientes tirando de un carro celestial.

Sus profecías advirtieron de la destrucción inminente de Jerusalén, condenaron las prácticas idólatras y envisionaron la restauración de Israel.

Ezequiel vivió en la misma época que el profeta Jeremías, tornánose profeta durante el exilio babilónico.

Estaba casado (Ezequiel 24, 18), era hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Joaquim de Judá (597 a.E.C.) y permaneció en una ciudad de Mesopotamia llamada Tel-Abib, cerca de Nipur en Caldea, a orillas del río Cobar.8 Cinco años después, a los treinta de edad (cf. 1, 1), Yahvé lo llamó al cargo de profeta, que él ejerció entre los desterrados durante 22 años, hasta el año 570 a.E.C.

A pesar de las calamidades del destierro y de los falsos profetas, los cautivos no dejaban de abrigar esperanzas de que el cautiverio terminaría pronto y de que Yahvé restauraría la santa ciudad de Jerusalén y su Templo (Jer. 7).

Con la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo, no pocos habían perdido la fe. La misión de Ezequiel consistió en combatir la idolatría, la corrupción por las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén; para consolar a su pueblo, predicó la esperanza del tiempo mesiánico.

El Libro de Ezequiel comprende un prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales: la primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá;11 y la tercera (caps. 33-48), la restauración.

En la última sección de su profecía (40-48), Ezequiel describe detalladamente la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo y la ciudad de Jerusalén, así como sus arrabales y la tierra prometida repartida equitativamente entre las doce tribus israelitas.

Las profecías de Ezequiel se caracterizan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas; san Jerónimo se refiere a ellas como el "mar de la palabra divina" y el "laberinto de los secretos de Dios".

Ezequiel es venerado como profeta en el judaísmo, cristianismo, islam y bahaísmo.


Según la tradición judía, Ezequiel murió mártir.

viernes, 21 de agosto de 2015

JUAN RULFO

JUAN RULFO



 (Sayula, Jalisco, México, 1918 - Ciudad de México, 1986) Escritor mexicano.

Un sólo libro de cuentos, El llano en llamas (1953), y una única novela, Pedro Páramo (1955), bastaron para que Juan Rulfo fuese reconocido como uno de los grandes maestros de la narrativa hispanoamericana del siglo XX.

Despues de publicarlas, se dedico principalmente a la fotografia.

Su obra, tan breve como intensa, ocupa por su calidad un puesto señero dentro del llamado Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, fenómeno editorial que dio a conocer al mundo la talla de los nuevos (y no tan nuevos, como en el caso de Rulfo) narradores del continente. Juan Rulfo creció en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.

En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias. En los quince cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.

En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real; el resultado es un texto profundamente inquietante que ha sido juzgado como una de las mejores novelas de la literatura contemporánea.

El protagonista de la novela, Juan Preciado, llega a la fantasmagórica aldea de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, al que no conoce. Las voces de los habitantes le hablan y reconstruyen el pasado del pueblo y de su cacique, el temible Pedro Páramo; Preciado tarda en advertir que en realidad todo los aldeanos han muerto, y muere él también, pero la novela sigue su curso, con nuevos monólogos y conversaciones entre difuntos, trazando el sobrecogedor retrato de un mundo arruinado por la miseria y la degradación moral. Como el Macondo de Gabriel García Márquez, la ardiente y estéril Comala se convierte en el espacio mítico que refleja el trágico desarrollo histórico del país, desde el Porfiriato hasta la Revolución Mexicana.

Se ha asociado su obra a corrientes como el REALISMO MAGICO y el INDIGENISMO , pero su originalidad la vuelve casi inclasificable. Sus principales caracteristicas son su fi el retrato de la
psicologia y el lenguaje de los indigenas y del campesinado mexicanos, aliado a una tecnica que asimila los procedimientos narrativos vanguardistas del s. XX y a una vision pesimista de
la condicion humana. Es considerado una de las fi guras celebres de la literatura latinoamericana contemporanea.

Desde el punto de vista técnico, la novela se sirve magistralmente de las innovaciones introducidas en la literatura europea y norteamericana de entreguerras (Proust, Faulkner, Joyce), línea que seguirían en los 60 muchos autores del Boom; planteado inicialmente como un relato en primera persona en boca de su protagonista, se asiste en seguida a la fragmentación del universo narrativo por la alternancia de los puntos de vista (con uso frecuente del monólogo interior) y los saltos cronológicos. Rulfo escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra excelente novela corta, El gallo de oro (1963).

En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras.

A Juan Rulfo le bastaron una novela y un libro de cuentos para ocupar un lugar de privilegio dentro de las letras hispanoamericanas. Creador de un universo rural inconfundible, el narrador plasmó en sus narraciones no sólo las peculiaridades de la idiosincrasia mexicana, sino también el drama profundo de la condición humana. El llano en llamas (1953) reúne quince cuentos que reflejan un mundo cerrado y violento donde el costumbrismo tradicional se desplaza para vincularse con los mitos más antiguos de Occidente: la búsqueda del padre, la expulsión del paraíso, la culpa original, la primera pareja, la vida, la muerte. Pedro Páramo (1955) trata los mismos temas de sus relatos, pero los traslada al ámbito de la novela rodeándolos de una atmósfera macabra y poética. Este libro ostenta, además, una prodigiosa arquitectura formal que fragmenta el carácter lineal del relato.

La mítica ciudad de Comala sirve de escenario para la novela y algunos cuentos de Juan Rulfo. Su paisaje es siempre idéntico, una inmensa llanura en la que nunca llueve, valles abrasados, lejanas montañas y pueblos habitados por gente solitaria. Y no es difícil reconocer en esta descripción las características de Sayula, en el Estado de Jalisco, donde el 16 de mayo de 1918 nació el niño que, más tarde, se haría famoso en el mundo de las letras. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.

Fueron tantas las reacciones periodísticas y las notas necrológicas que se publicaron después de la muerte de Rulfo que con ellas se elaboró un libro titulado Los murmullos, antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo. Póstumamente se recopilaron los artículos que el autor había publicado en 1981 en la revista Proceso.



jueves, 20 de agosto de 2015

CONSTANCIO C. VIGIL

CONSTANCIO C. VIGIL




Constancio Cecilio Vigil, fue un escritor especializado en literatura infantil, nacido en Rocha, Uruguay, el 4 de setiembre de 1876.
Comenzó su carrera periodística a los 15 años creando el periódico “El Derecho” y cuatro años más tarde, el Semanario “La Alborada”. Le siguió el diario “La Ley”, clausurado en 1903 por razones políticas, hecho que decidió su radicación en la Argentina.
En 1904 fundó la revista “Pulgarcito”, que contenía una sección infantil y en 1908 “Germinal”, revista dedicada al  agro. En 1911 fundó, conjuntamente con Alberto Haynes, la revista “Mundo Argentino”. El 7 de marzo de 1918 publicó la revista “Atlántida”, dando origen a la Editorial Atlántida, que llegó a ser líder en el mercado de revistas.
Fue responsable de la aparición de “El Gráfico”, el 30 de mayo de 1919, dedicada a los deportes; “Billiken”, el 17 de noviembre de 1919, dedicada a los niños en edad escolar; “Para Tí”, el 16 de marzo de 1922, dedicada al mundo de la mujer; “Tipperary”, el 18 de aabril de 1928; “Chacra”, en 1930; “El golfer argentino”, en 1931; “Vida nuestra” en 1932. Editó la “Colección billiken” con biografías de los grandes hombres de la historia y la cultura.
Durante toda nuestra vida escolar, estuvimos muy bien acompañados por la revista “Billiken”. En sus páginas, se reflejaron los distintos temas de estudio, que se presentaban en forma paralela al desarrollo del programa lectivo oficial. La coincidencia permitía “enriquecer” las tareas con el agregado de fotos y dibujos publicados, que trasladábamos directamente de la revista al cuaderno de clase, mediante el auxilio de bencina, dejando una reproducción más que aceptable.
En las páginas de “Billiken”aparecía la promoción de los libros y cuentos de Vigil. Entre éstos, “Misia Pepa”, una lora parlanchina; “El Mono Relojero”; “La Hormiguita Viajera”; “La Dientuda”, una ratona; “La Familia Conejola”; “Los Chanchín”; “La moneda volvedora”. Entre los libros se destacaron “Cartas a gente menuda”; “El Erial”, un compendio de reflexiones;”Vida Espiritual”; “Marta y Jorge”, un libro para adolescentes; el famoso “Upa!”, texto para aprender a leer. Muchos de estos cuentos y algunos libros, fueron ilustrados por el dibujante español Federico Ribas.
Constancio C. Vigil falleció en Buenos Aires el 24 de setiembre de 1954. Tres mil escuelas, aulas y bibliotecas llevan su nombre. Este extraordinario periodista, escritor y editor, propuesto para el Premio Nóbel de la Paz, vivió en ese Buenos Aires que se fue.

Publicado por Carlos Araujo

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Constancio_C_Vigil.

http://www.enlacesuruguayos.com/Billiken.htm